El orgullo de pertenecer a la familia de «Margaritos»

Marisol Soengas ES JEFA DEL GRUPO DE MELANOMA DEL CNIO Y DISCÍPULA DE MARGARITA SALAS

OPINIÓN

Margarita Salas con Marisol Soengas, la autora del artículo
Margarita Salas con Marisol Soengas, la autora del artículo CNIO

Marisol Soengas, autora de este artículo, fue discípula de la investigadora más influyente de España y no podrá olvidar sus enseñanzas. Le inculcó la pasión por la ciencia: «una de sus cualidades más destacables era su capacidad para identificar talento y ambición positiva»

08 nov 2019 . Actualizado a las 11:22 h.

«Yo confío en ti. Tienes buenas manos y estos ensayos van a salir». Cuando estás en cuarto de carrera, empezando en el laboratorio, frustrada por experimentos que se resisten, y llega la científica más importante en España en ese momento y te dice esta frase mirándote directamente a los ojos, recibes tal infusión de energía que sientes que te puedes enfrentar a cualquier reto.

En estos días se está ensalzado merecidamente la figura y legado de Margarita Salas: como discípula de Severo Ochoa, como pionera (realmente «madre») de la biología molecular desde el Centro de Biología Molecular (CBM) en Madrid, por sus más de 300 publicaciones y por la patente más rentable del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), entre otros muchos éxitos. Pero yo hoy quiero recordar el orgullo que supone pertenecer a la familia «Margaritos».

«Margaritos» es la marca de serie que llevamos a gala las múltiples generaciones de investigadores que nos hemos formado en el grupo de Margarita Salas. Ser un «Margarito» define un pedigrí particular: para ser aceptado en su laboratorio era necesario un expediente o currículum excepcional. Y del mismo modo, para salir… no se enviaba una tesis a imprimir o un trabajo a publicar sin que pasase el más estricto estándar de calidad. La probabilidad de que alguien del entorno de Margarita haya alcanzado una posición influyente es altísima, ya sea en la academia, la industria, o incluso en la política.

Margarita era excepcional a muchos niveles que van más allá de su valía científica. Quizá una de sus cualidades más destacables era su capacidad para identificar talento y ambición positiva, con el equilibrio ideal entre independencia y habilidad para trabajar en equipo. El laboratorio estaba estructurado de tal manera que los estudiantes de doctorado eran asignados a investigadores más senior, todos con una impresionante trayectoria científica. Esta organización aseguraba que ningún estudiante se sintiese solo o pudiera quedarse atrás (tengo que decir que, a lo largo de los años, he visto muchos laboratorios de renombre en los que definitivamente, éste no es el caso). Preocuparse y trabajar por el desarrollo profesional de su personal es, sin duda, uno de sus grandes legados.

Otra característica que definía a Margarita, y que se nos ha quedado como impronta a los que hemos pasado por su laboratorio, es el rigor científico. Desde el primer momento, la reproducibilidad se convertía en una parte integral de nuestra vida diaria: se nos formaba para cuantificar, volver a cuantificar, repetir y cuantificar de nuevo. Además, su lema, era que «los resultados deben de hablar por sí mismos». Estaba firmemente en contra de «adornos innecesarios y de los vendedores de humo». ¡Cuánto alabamos estas enseñanzas cuando celebrábamos el 50 aniversario de su grupo hace un par de años!

Margarita es también una referencia incuestionable del papel de la mujer en ciencia. Por esta faceta fue galardonada a lo largo de su carrera científica con muchísimos premios nacionales e internacionales. De hecho, hay incluso calles y colegios nombrados en su honor. Curiosamente, yo me enteré de cómo se la había discriminado, bastante después de haber completado mi estancia en su grupo. El jefe de tesis de Margarita, Alberto Sols la ignoraba repetidamente, pero ella no se dejó amilanar. Una vez en su propio grupo, Margarita nunca hizo distinciones entre hombres o mujeres, ni trato de favor, o preferencia. Lo importante el trabajo individual y los resultados. Se nos animaba a ser proactivos/proactivas, a perseguir nuestros objetivos y nuestra vocación.

Gracias a esa normalidad, las científicas de su grupo no nos cuestionábamos que no fuésemos capaces de competir en igualdad de condiciones con nuestros colegas ni de liderar si así lo deseábamos. Esa igualdad es la que debemos perseguir y a la que debemos contribuir. María Blasco, exbecaria de Margarita, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) e impulsora de la Oficina de Mujer y Ciencia en esta institución, es para mí un ejemplo de esta actitud. Ambas me han inspirado a nivel personal para, dentro de la Asociación Española de Investigación Contra el Cáncer (ASEICA), liderar el grupo de ASEICA-Mujer.

Margarita decía que, como la premio Nobel Rita Levi-Montalcini, «no quería colgar la bata». No la ha dejado, queda en todos nosotros, en la gran familia de todos los que la hemos conocido y en los que ha dejado una huella indeleble por su determinación y perseverancia.