Chile en la calle: el latido del cambio

Diana Massis FIRMA INVITADA

OPINIÓN

EDGARD GARRIDO | reuters

27 oct 2019 . Actualizado a las 09:07 h.

Es difícil calmar los latidos de emoción cuando ves a tu gente poniendo el pecho en la calle, rompiendo las cacerolas de tanto darle con la cuchara de palo en ese clamor que dice que Chile despertó, que el oasis latinoamericano, en palabras recientes del presidente Piñera, estalló en una protesta inmensa, los jóvenes y los viejos, las mujeres y los hombres. Estalló la mordaza. Las cacerolas en contra de la inequidad, la concentración obscena de la riqueza. De la venta de nuestros recursos naturales. De la indolencia y la desfachatez de amplios sectores de la política. Del neoliberalismo caníbal, del cual esta larga y angosta faja de tierra se convirtió en el mejor laboratorio.

Pero también es difícil controlar los latidos del miedo, cuando el presidente Piñera -dueño de la quinta fortuna del país- anuncia que estamos en guerra, declara la emergencia y saca, con soltura y rapidez, los tanques y las armas a la calle para aplacar el vandalismo que contamina la protesta legítima de la mayoría. Cuando apalea y dispara, cuando detiene y se ensaña con los manifestantes, violando los derechos humanos, porque aún está fresca la memoria de la dictadura de Pinochet, donde todos éramos los enemigos del poder.

Y los latidos de dolor por los muertos.

Pero ante el toque de queda, la respuesta ha sido contundente, transversal y pacífica. El viernes, un millón doscientas mil personas cubrieron las calles en Santiago en una marcha histórica, para mostrarle al mundo que en mi país, si tienes vives, si no tienes, con suerte, sobrevives. Si enfermas, te endeudas. Si pierdes el trabajo, caes en la pobreza. Chile despertó y el cambio es urgente. Los días pasan. Las vidas pasan.

Los estudiantes salieron a la calle en 2006 y 2011 por una educación pública y de calidad. Los enfermos marcharon por tratamientos y medicinas. Los profesores. Las mujeres. Los trabajadores, para cambiar el sistema privatizado de pensiones, creación de José Piñera, hermano mayor del presidente: el ahorro individual de toda una vida devolvía jubilaciones ridículas.

Una de las discusiones del Congreso, antes del estallido, fue por la reducción de la jornada laboral de 45 a 40 horas y se alertaba del peligro para la estabilidad del modelo. El mismo argumento repetido cada año para aumentar al mínimo el sueldo mínimo, para no subir los impuestos al 10 % más rico de la población, dueño del 70 % de la riqueza. El 50 % de los chilenos gana menos de 500 euros.

Los 30 pesos del alza del metro encendieron la mecha de 30 años de democracia bajo la Constitución de la dictadura, en los que el corazón del país quedó en manos privadas. Los cambios han sido lentos, con altísima resistencia del poder económico y gran parte del político, que han perpetuado un modelo a espaldas de la gente.

Tal vez una de las lecturas más acertadas, y lo digo sin ironía, fue la de la primera dama, Cecilia Morel, que, en una conversación privada que se filtró, le decía a una amiga: «Tendremos que reducir nuestros privilegios y compartir con los demás».