El tigre anda suelto en Cataluña

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

JON NAZCA | reuters

18 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La jaula del tigre. De todas las metáforas utilizadas para describir los disturbios callejeros en Barcelona me parece la más clarificadora. La fiera de la violencia permanecía entre rejas y el independentismo presumía de ello: el procés hacia la autodeterminación sería todo lo ilegal que se quiera, pero siempre pacífico. Puigdemont o Junqueras eran los Gandhi que predicaban, frente al Estado opresor, la desobediencia civil no violenta. Pero estos pacifistas, en vez de repudiar al tigre, lo alimentaron en el pesebre público, lo alentaron y lo sacaron del encierro. Lo hicieron, lo que resulta especialmente grave, desde instituciones del Estado como la Generalitat. El «¡apretad!» de Torra, dirigido a los CDR, simboliza el trato dispensado al felino para potenciar su fiereza. Era su animal de compañía, protector de la casa, inofensivo en apariencia y obediente a la voz de su amo.

Tal vez pensaba Torra que podía sacar a pasear el tigre por las Ramblas, sujeto por la correa, y devolverlo a la jaula si se desmandaba o comenzaba a soltar zarpazos a diestro y siniestro. Craso error. Debería estar más atento a la sabiduría popular, muchas veces expresada en dichos y refranes. Quien juega con fuego, se quema. Quien siembra vientos, recoge tempestades. Y de ahí la patética imagen del Torra que levanta la bandera de la protesta con una mano y empuña la porra represora con la otra. Víctima de un trastorno mental bipolar: el activista que corta carreteras y el presidente que debe impedirlo con sus Mossos antidisturbios.

El tigre anda suelto en Cataluña. La violencia se adueña de las calles. Si yo fuese catalán, estaría atemorizado, cabreado y preocupado. Atemorizado por el riesgo de tropezar con la fiera a la vuelta de la esquina. Cabreado porque arde mi país y se pisotean mis derechos civiles, como el de libre circulación. Y preocupado porque la violencia engendra más violencia y nadie sabe cómo terminará esa espiral.

Pero si además de catalán fuese independentista, con lazo amarillo en la solapa y pancarta contra la sentencia del procés en la mano, me sentiría también engañado y frustrado. Por varios motivos. Porque mi lucha por una Cataluña libre y republicana se ha transformado en un rosario de altercados callejeros y desórdenes públicos. Mis nobles ideales, profanados por los chalecos amarillos. Mi legítima protesta contra una sentencia, desvirtuada por las llamas de las barricadas, que dan mejor en televisión que las marchas pacíficas. Mi relato, que atribuía los excesos violentos a las fuerzas policiales en exclusiva, hecho trizas. Mi imagen en Europa, por los suelos. Y el objetivo de ensanchar la base soberanista, cada vez más lejano, a medida que el desorden provoque, por reacción, la recuperación del tradicional seny o sentidiño.

Por eso quiero ver hoy el único aspecto positivo del follón. Ya no hablamos de independencia sí o de independencia no. Ni de presos políticos o políticos presos. Ni de sentencia justa, injusta o mediopensionista. Otra cuestión ocupa nuestros afanes: cómo devolvemos el tigre a la jaula de la que nunca debió salir.