Esta semana visité el Liber, la feria profesional del libro que este año se celebraba en Madrid. La organizan los editores españoles y la patrocinan el Ministerio de Cultura y otros organismos del Estado. Todo cultura, todo libros, todo libertad... y un país invitado del que yo nunca había oído hablar: un emirato árabe con menos población que la provincia de Pontevedra que se llama Sharajh. Allí en medio, presidiendo nuestras gestiones y nuestra alegría de publicar y de vivir, estaba un stand grande, lujoso... y vacío, que los feriantes en nuestras carreras evitábamos con aprensión. Un lugar siniestro que atendía un ser vivo cubierto con una túnica negra que dejaba un resquicio para los ojos. En su interior podía haber una azafata de congresos o el mismísimo Xavi Hernández. Sentados cerca, aburridos, jugando con el móvil, también se podía ver a unos hombres jóvenes, vestidos de sicarios (ya saben, traje con chaleco, camisa negra, etcétera). Luego en la Wikipedia leí que su Gobierno prohíbe que un hombre y una mujer solteros estén juntos y solos en un lugar público. Suponiendo que lo que hay debajo de un nicab sea una mujer.
En España, los hombres y las mujeres nos hemos hecho amigos, compartimos la vida y nos reímos juntos. Yo sería incapaz de vivir en un país de mujeres escondidas, donde uno solo y siempre se tiene que tratar con hombres, como en la mili.
Pero mis colegas editores han decidido plantarnos esa falla machista en medio de la feria a cambio de dinero. Qué vergüenza.