
Tres días después de las elecciones los portugueses tienen una perspectiva de su posible Gobierno. Antonio Costa logró, cuatro años después de formar un gobierno sostenido por las tres fuerzas de izquierda, un triunfo electoral que permitirá continuar esas políticas. Los portugueses, en valoración del líder socialista, «manifestamente gostaram da geringonça e gostariam que ela pudesse ter continuidade».
Para ello el propio Costa formula tres hipótesis posibles: «Si hay condiciones para hacer un acuerdo con todos, excelente. Si solo las hay para hacerlo con parte, bueno también. E incluso puede no haber condiciones para que haya acuerdo».
Si bien a los socialistas solo les faltan diez escaños para gobernar, no parece que sea esa la hipótesis de trabajo para formar nuevo gobierno. Los acuerdos con el Bloco, los comunistas y los verdes, a pesar de fuertes desencuentros como el de los profesores, generaron una situación de estabilidad y progreso, permitiendo revertir las duras medidas de la intervención por la troika. Y no parece que la mejor situación parlamentaria de los socialistas les lleve a renunciar a una nueva geringonça.
Atrás quedó el tiempo en el que otro primer ministro socialista, Sócrates, apurando el tiempo al límite, solicitaba un rescate para el país de 78.000 millones de euros a la Troika. Casi tanto como lo que necesitó el Gobierno de España para rescatar solo a los bancos españoles. Era el 2011. En Portugal y España las clases medias se empobrecían, devastadas por la crisis. Unos renunciaban al menú del día, y reaparecía la tartera obrera de los años 60 en forma de táper. Otros, investigadores, ingenieros, profesores, médicos, emigraban obligados. Todo en un sistema democrático, nacido de la revolución de los claveles, que a pesar de la elevada abstención demuestra una gran fortaleza institucional.
En España las encuestas indican que casi la mitad de los españoles consideran que la política es uno de los tres principales problemas que aquejan al país. Aquí no fue posible alcanzar una geringonça, ni mantener siquiera los acuerdos presupuestarios para aquel llamado gobierno Frankenstein.
En Portugal, cuatro años después de la intervención por la Troika, los socialistas de Antonio Costa, sin ser primera fuerza, junto con los comunistas, el bloco de esquerdas y los verdes, se comprometieron a sacar adelante una solución política duradera para la legislatura. Con forma de acuerdo parlamentario pretendía crear una alternativa estable de gobierno por la izquierda, en la que todas las partes cedían, que revertiese los efectos más agudos de la gran recesión y las exigencias de la Troika. Y que atendiese derechos y necesidades de los portugueses. Por más que Paulo Portas, vicepresidente del Gobierno de Portugal en 2015, bautizara el acuerdo de la izquierda como geringonça -algo que no funciona-, la izquierda fue haciendo una geringonça de éxito. De la desesperanza a la ilusión.