El general Franco Bahamonde, fue un ferrolano que hizo carrera en África, participó en un golpe de estado y, en el rebumbio de aquello, se quedó al frente de los rebeldes (porque Sanjurjo murió en un accidente de aviación), y se erigió en jefe de Estado de un país europeo durante cuarenta años. Impuso el orden por las armas y las casullas, y se paseaba bajo palio. Estaba casado con una asturiana bastante sosa que se llamaba Carmen Polo y tuvo una única hija, Carmencita, que casó con un médico playboy llamado Marqués de Villaverde, el cual, emulando al africano Barnard, hizo un trasplante de corazón a un desdichado. Luego hizo también muchos hijos. Los conocidos son Carmen, famosa por su alegría de vivir, Mariola, Francis Franco -que se cambió el apellido pero quedó con nombre de mula-, Merry, casada con Jimmy Jiménez Arnau que para la ocasión escribió un libro titulado Yo Jimmy, Cristóbal, Arancha y Jaime. Estos eran conocidos como los «nietísimos» (por la afición del régimen a los superlativos).
Cuando el abuelo murió, mamá Carmencita fue detenida en la frontera queriendo llevar a Suiza unas carísimas monedas de oro para que le hicieran un reloj (suizo, claro). A la muerte del abuelo nadie les dijo nada. Aquí se quedaron tranquilamente con sus cositas; los que quieren, incluso salen en las revistas del corazón. Pues bien, todos estos son los que insisten en imponer a los españoles la presencia de su abuelo el escenario público en vez de llevarlo con la abuela. Hombre, no sé.