El Parlament, un plató de televisión

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Quique Garcia

28 sep 2019 . Actualizado a las 08:43 h.

«Lo de Cataluña es magnífico. Esperan que los presos del procés sean condenados y los independentistas dicen: nos da igual, nosotros somos el pueblo, el pueblo puede legislar, y si el Estado español condena, nosotros no lo acatamos. Y el Parlamento autonómico rechazó una iniciativa de Ciudadanos que pedía acatar las sentencias judiciales. La Guardia Civil cumple su obligación de detener a presuntos delincuentes, terroristas o simples antisistema, el juez los mete en la cárcel, pero tampoco pasa nada: llevan al Parlamento una resolución para que la Guardia Civil sea expulsada del territorio catalán por detener a los suyos. Y el Parlamento lo aprueba, ¡fuera los represores! Y ya metidos en gastos, una filigrana de la CUP que, aunque parezca increíble, fue aprobada: la autodeterminación abarca también la pertenencia a la Unión Europea, el euro, o la OTAN. ¡Quedémonos solos en el mundo!

Como espectáculo, está muy bien. No en vano el señor Roger Torrent reconoce que el Parlament que tan dignamente preside «se ha convertido en un plató de televisión». El jueves se hizo allí un programa digno de emitirse en prime time: hubo una bronca tan descomunal que dejó en charla de colegio de monjas a las tertulias más encarnizadas de la tele. Les faltó una pequeña provocación para que llegasen a las manos. Se oyeron acusaciones de amenazas y confesiones de miedo. El jefe del Gobierno catalán coreaba la consigna de «llibertat, llibertat» acompañado de un fino toque de palmas, que aquello parecía una algarada estudiantil. Y en el aire cargado de emociones soberanistas flotaba la consigna de la desobediencia civil.

¡Ea! Más trabajo para el Tribunal Constitucional, al que acudirá el Gobierno central como suele hacer cuando los indepes se desmandan, constitucionalmente hablando. Y digamos que a ese Gobierno central no le viene mal la algarada: le permite ensayar un discurso de dureza, muy oportuno y conveniente en campaña electoral, no sea que PP y Ciudadanos sean los únicos partidos que defienden la integridad territorial de España. Y así, la ministra Celaá cogió el bastón de mando, puso la voz de la autoridad y soltó la frase más repetida de los últimos años: el desafío del independentismo «es un ataque a la convivencia». ¡Toma acusación novedosa! ¡Toma recursos dialécticos del Estado! Y la exigencia al señor Quim Torra («que condene la violencia con claridad») también es digna del más encendido elogio que yo no voy a regatear. Solo se le puede hacer un reparo: pero señora ministra, si Torra no hace otra cosa que condenar la violencia y exhibir su pacifismo. Lo que ocurre es que cree que la violencia la ejercen el Estado, los jueces, la Policía Nacional y la Guardia Civil.