Una imagen y mil palabras
Vivimos en una sociedad que rinde culto a la imagen. En todos los sentidos. No solo en el de sobrevalorar el aspecto físico y la estética. Sino también en el de considerar mandamiento divino o hecho irrefutable lo que podemos ver en una foto o en un vídeo. O prueba definitiva para una gran condena un pantallazo o un montaje. Vemos algo en el móvil, el PC o en la tele y nos indignamos, nos enamoramos, ensalzamos y demonizamos en muy pocas décimas de segundo sin atender al contexto, que sí debería ser sagrado. Y eso es peligroso. Nos lleva a juzgar sin saber, sin entender los motivos, las razones que a veces explican una imagen chocante, de esas que llaman poderosamente la atención.
Tenemos un buen ejemplo producido esta última semana, en las redes sociales patrias. Me refiero a la polémica del alcalde de Pontevedra descansando durante el debate de la autonomía en el Parlamento. El PP usó la imagen del político nacionalista en Twitter y provocó una regueifa con los partidarios del BNG. La batalla era cruenta cuando llegó la explicación del regidor: había pasado varias noches en un hospital. A partir de ahí el juicio del público podía seguir siendo sumarísimo, pero por lo menos fue más justo: que menos que escuchar al protagonista/afectado. Ya sean diez, cien o mil, nunca sobran las palabras.
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