Para qué sirven las consultas del Rey

OPINIÓN

Chema Moya

16 sep 2019 . Actualizado a las 12:16 h.

La exigua regulación de las consultas del Rey, con las que se pone en marcha el procedimiento de investidura, está fijada en el artículo 99,1 de la Constitución, en el que se establece que «Después de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos en que así proceda, el Rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno». Con esta regulación de mínimos, que la costumbre debería completar, cabía esperar dos posibles resultados: que las consultas deviniesen en un trámite importante, que situase en la persona del Rey el impulso y la moderación de la investidura; o que se convirtiesen en un trámite banal y puramente protocolario, que dejase que los procesos de investidura fuesen manoseados a placer por los partidos políticos. 

Un indecente manoseo de la investidura

Entre 1977 y 1996 todo apuntaba a que el trámite de consultas iba a ser central y serio, tanto en el Congreso como en los Parlamentos autonómicos. Pero desde la VI legislatura (1996), en la que Aznar se vio obligado a revertir los efectos del «Pujol, enano, habla castellano», y a exigir del Rey un retraso arbitrario de las consultas, el procedimiento empezó a devaluarse, hasta llegar a este infausto 2019, en el que las consultas del Rey -que antes se hacían con máxima reserva- son aireadas y destripadas por los consultados en pintorescas ruedas de prensa; cuando es obvio que el Rey -que ya no tiene ninguna fuerza propositiva- está esperando las disposiciones de Sánchez; y cuando, a la vista de que allí no se impulsa ni se arbitra nada, no hay un solo ciudadano que le dé más relevancia a ese acontecimiento que a un encuentro de fútbol de tercera división.

Esta vez, por ejemplo, si el Rey hubiese convocado las segundas consultas el 10 de agosto, no sería posible que Sánchez hiciese el maula, y se fuese de vacaciones a Doñana, para estrellar la última posibilidad de pacto contra una perentoria y simulada negociación en tiempo de descuento. Y si hubiese convocado otra vez el 2 de septiembre, tampoco tendríamos la impresión de que la Zarzuela no tiene nada que decir para evitar -o para poner de manifiesto- un indecente manoseo de la investidura que está arbitrado por los que tienen más interés en la contienda.

Nos hemos metido de hoz y coz en una feria de vanidades

Lo lógico sería que las consultas le diesen al monarca más información de la que recibe por periódicos y tertulias, y que esa información, solemne y protegida de los trituradores mediáticas, sirviese para orientar el proceso hacia un exitoso fin o hacia un señalado fracaso. Pero para eso sería necesario solemnizar el trámite, educar a todos los que en él participan, y dejar que el Rey fuese un centímetro -o un minuto- por delante de los ciudadanos y de los presos en Alcalá-Meco.

En 1996 denuncié -más de una vez- que habíamos iniciado una pésima deriva. Hoy, lamento decirlo, ya puedo confirmar que nos hemos metido de hoz y coz en una feria de vanidades.