España vs futuro

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

maría pedreda

16 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Han pasado ya varios años desde que debiera haber comenzado el partido España vs. Futuro, y la mayoría de los espectadores han abandonado ya el estadio, aburridos de esperar a que nuestra selección decidiese aparecer. Han vuelto a sus quehaceres diarios, que de algo hay que comer. Y eso que en esta ocasión, de nuevo, el lleno era absoluto: todo el país estaba pendiente de un partido decisivo. Nadie puede perderse el partido contra el futuro, aunque quisiera. Es ley de vida, y está por encima de las disposiciones legales humanas. Tan solo algunos fanáticos (en otros países los llaman militantes) y los medios de comunicación permanecen a la espera de que algo ocurra. Como suele suceder, a falta de actividad real en el campo de juego, se mantienen atentos a cualquier nimiedad que ocurra allí o en los alrededores. El vuelo de un pájaro llama la atención de uno, que inmediatamente lo publica, recibiendo eco en varias tertulias. ¡Parece que la hierba ha crecido! brama otro, para rellenar sus minutos de directo diario en televisión. Los que tienen acceso al vestuario no dudan en llenar sus programas con dimes y diretes banales. La noticia de que el zaguero izquierdo no ha mirado bien hoy al central derecho se convierte en portada de los periódicos nacionales después de que el portero suplente lo filtrase por lo bajini al comentarista de una de las cadenas de radio más escuchadas. Es difícil de creer, pero el partido lleva ya varios años de retraso porque los jugadores -todos ellos con contrato en vigor y recibiendo religiosamente su espléndido salario mensual, acordado por ellos mismos- no quieren salir al campo. A unos no les gusta el planteamiento del partido, y piden tener más compañeros de su equipo para no sentirse frustrados y jugar como a ellos les gusta en sus equipos de origen; a otros, directamente no les cae bien alguno de sus compañeros. A ninguno le apetece ser señalado como el responsable de perder el partido y parece que creen que si no se juega, nadie los acusará después. Tampoco son felices pensando que si el partido se gana, no podrán decir que fueron los artífices del triunfo, porque al final, un equipo siempre será un equipo, y la labor de cada jugador cuenta en el resultado final. Pero algunos egos no soportan esa idea. Todos han querido ser siempre Neymares, y ninguno entiende el concepto de equipo en el que todos reman en la misma dirección y son solidarios para tratar de ofrecer un buen encuentro y llenar de orgullo a una afición cautiva que nunca los ha abandonado. Por otro lado, un problema añadido es que ?y en esto parece que por fin hay acuerdo interno, aunque no es algo para esperanzarse, porque el árbitro ha dicho que así no se juega- todos los jugadores quieren saltar al campo vistiendo la camiseta de su equipo de origen, en lugar de la del combinado nacional. Es lo que tiene deberse a los colores que les dan de comer. Pero los espectadores, que son los que han pagado toda esta fiesta, no están muy contentos con la cosa. De cualquier manera, el contrato de los jugadores, que al parecer no fue bien redactado y no contemplaba la posibilidad de un plante como el que se vive en el estadio de juego, les garantiza que, en caso de no renovar nuevamente en el combinado español, les quedará una buena pensión, así que la presión es menos acuciante. Las penas con pan siempre son más llevaderas. Menos mal que nos quedan los Gasol, Llul y compañía para devolvernos el orgullo de saber que, si nos ponemos, podemos.