El PNV esta triste. ¿Qué tendrá el PNV?

OPINIÓN

Juan Herrero

15 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«Lo veo negro, con pesimismo y un poco de rabia y decepción. Creo que no se han hecho bien las cosas». Eso contestaba Andoni Ortuzar, presidente del PNV, a Susana Luaña, cuando, en la entrevista que ayer publicaba este periódico, la periodista de La Voz le preguntaba cómo veía las negociaciones para la formación del Gobierno nacional. No sabemos, claro, si Ortuzar incluye también al PNV cuando se queja del mal comportamiento de los líderes políticos, pero, dada la capacidad de autocrítica de los dirigentes de partido —sobre todo si son nacionalistas—, no parece que sea el caso. Y sin embargo…

Sin embargo, si hoy nos encontramos a las puertas de unas nuevas elecciones —las cuartas, ¡que formidable dislate!, en cuatro años— debemos agradecérselo entre otros, pero muy especialmente, al PNV. Es decir, al partido que ¡nueve días! después de aprobar en el Congreso los Presupuestos de Rajoy, apoyó una moción de censura para echarlo a él y a su partido del Gobierno, convencido de que del ejecutivo entrante, mucho más débil, como pronto se vería, que el saliente, podría el nacionalismo vasco sacar mayor tajada.

Esa, la tajada —medida en términos de más dinero y competencias— ha sido de hecho, única preocupación que ha movido siempre a un partido que lleva influyendo desde hace cuatro décadas en todos los Gobiernos de la España democrática, sin que España (donde, por supuesto el PNV no incluye jamás al País Vasco y a Navarra) le haya importado nunca un pito.

Ahí reside, visto con la perspectiva del tiempo transcurrido desde la aprobación de la Constitución —que, recordémoslo, el PNV no apoyó— una de las más flagrantes anomalías, primero de la construcción de nuestra democracia, y luego de su funcionamiento: que debió en el pasado y debe en el presente sortear el chantaje permanente del nacionalismo vasco y catalán, fuerzas que apoyaron el proyecto democrático español a cambio de ir sentando, en sus respectivos territorios, las bases para la ruptura de uno de sus contenidos esenciales: la unidad nacional.

Ha sido de ese modo como el PNV, cuyo porcentaje de votos en elecciones generales ha oscilado entre el 1,19% (2008 y 2016) y el 1,88% (1982) y sus diputados entre 5 y 8 sobre 350, ha estado siempre a la sombra del poder, marcando el signo la política nacional y comportándose como un grupo de presión y no como un partido que ejerce el poder responsabilizándose ante el cuerpo electoral de las decisiones que se han tomado con su colaboración.

Recogiendo las nueces del árbol que otros movían a tiro limpio (en realidad, a tiro sucio) o quitando y poniendo gobiernos en función solo de sus propios intereses, el PNV es el ejemplo de la perfecta deslealtad hacia un Estado del que, con la cínica santurronería del beato (en este caso del dios territorial), no ha hecho otra cosa que aprovecharse con la insolente supremacía de quien desprecia a aquellos de los que se beneficia.

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