Sabor a ceniza, a bajamar, a broza

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

01 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El verano es en realidad un tiempo falso, un recreo, en el que los señores serios se quitan la corbata y nos enseñan las canillas peludas y blancas, y es inevitable que uno piense que van disfrazados -como esos turistas que, por el mero hecho de viajar, se ven obligados a ponerse un sombrero o, al cuello, una pañoleta de boy scout-. El verano es algo así como una muestra de ese paraíso para el que trabajamos toda la vida, pero que nunca llega, y menos mal, porque solo se puede disfrutar por su brevedad y su inconsistencia -los locales cierran, los barcos se sacan del agua, el sexo se acaba-. A veces, cuando el verano se eterniza, como en El señor de las moscas de William Golding, se vuelve una pesadilla. Con eso juega el programa televisivo de Supervivientes: con sobrevivir al verano, que uno no sabe si es mayor tortura naufragar solo, como Tom Hanks, o acompañado de Isabel Pantoja. Hay gente que pretende guardar la dignidad, y pasea a sus hijas en Sanxenxo por las tardes con vestidos de nido de abeja, lazos en el pelo y un helado en la mano, pero es peor el remedio que la enfermedad, porque se nota enseguida que están recreando una falsa primavera del barrio de Salamanca. Luego están los que viven el verano como si no hubiera un mañana -como si no hubiera ni siquiera un otoño- y se lanzan de cabeza desde las rocas al mar o a la paella, a la noche frenética, y a esos pilla septiembre morenos, exhaustos y desencantados. Y ahora, como diría Terenci, no digas que fue un sueño.