Hay que dejar las esperanzas vanas

OPINIÓN

31 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando faltan dos días para abrir un incierto y problemático curso político, es evidente que alguien ha movilizado la mayor división de todólogos, analistas y adivinos que están empeñados en convencer a la parroquia de que España necesita una estabilidad que solo puede aportar un acuerdo leal y generoso entre Sánchez e Iglesias. De ese acuerdo, dicen, debe surgir un gobierno progresista, feminista, ecologista e igualitario, capaz de hacer una profunda reforma social, laboral, fiscal, económica, industrial, educativa, energética, sanitaria y demográfica; que suba las pensiones y los salarios; y que gane -aunque sea en diferido- la Guerra Civil. Un equipo que, para gobernar «para la gente», también deberá reformar la Constitución, el sistema electoral, el Senado, el Concordato, el Ejército, la ley de partidos, la escala cromática y el principio de Arquímedes.

Por eso debemos preguntarnos quiénes son esos señores que, además de pactar la segunda edición del paraíso terrenal, tienen que consensuar sus programas con una marabunta de partidos que, unidos por el deseo de parcelar el paraíso terrenal y desviar hacia sus fincas las aguas del Tigris y el Éufrates, deben alumbrar un nuevo modelo territorial, encajar el independentismo, financiar solidariamente las comunidades autónomas, y poner orden perpetuo en las finanzas del Estado.

Pues bien, el primero de estos señores, don Pedro Sánchez, es, hoy por hoy, el mayor cínico de España, que veja y ofende a quien necesita como socio, y que, a pesar de querer nuevas elecciones, sigue sulfatando a todos los partidos del sistema con un esterilizante concentrado de irresponsabilidad y bloqueo que ya ha inhabilitado todas las soluciones intermedias. Un señor que solo piensa en un gobierno monocolor que alimente su megalomanía de líder incontestable. Y que está dispuesto a usar las dosis de caos que hagan falta para que su desidia, su logomaquia y su fachendosa levedad sigan pareciendo la única solución para esta España atribulada.

Y la segunda rueda de esta bicicleta, que es el señor Iglesias, dirige, como puede, un conglomerado de confluencias, barones y baronesas territoriales; unas mareas y partiditos en constante proceso de desintegración atómica; y un populismo programático desbocado, que se han convertido en ácido sulfúrico para el sistema. Y por eso hay un acuerdo prácticamente unánime de que su sola presencia bloquea el sistema y hace imposible gobernar.

Por eso creo que hay que animarlos a destrozarse entre sí -como de hecho están haciendo- hasta que se convoquen las nuevas elecciones. Y por eso debemos abrir un severo proceso de reflexión sobre todo lo que hemos visto y sufrido desde la moción de censura hasta hoy, para ver si los electores, a base de hacer acopio de experiencia y memoria, somos capaces de arreglar lo que esta inercia de disparates, ambiciones e irresponsabilidades ha invalidado totalmente. Porque si seguimos entrando por la fragmentación del sistema -Dante dixit- lasciate ogni speranza.