La degeneración del Reino Unido

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

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30 ago 2019 . Actualizado a las 09:21 h.

A todos los que abominan de la Constitución de 1978 y de la calidad de nuestra democracia, que en realidad son solo variantes de un mal endémico llamado populismo, tanto en su vertiente bolivariana como en su modalidad independentista y xenófoba, les convendría echar un vistazo a lo que está sucediendo en el Reino Unido. Quizá analizando el despropósito político en el que se ha instalado el país al que algunos consideran la cuna del parlamentarismo y sumun de la democracia, a alguno se le quitaría el complejo de inferioridad y constataría que nuestra Constitución y nuestro modelo democrático son probablemente los más avanzados de los países de nuestro entorno.

De entrada, siendo cierto que el Reino Unido ha sido cuna de algunos de los más grandes estadistas del planeta, empezando por Winston Churchill, también lo es que desde de que en el 2007 el laborista Tony Blair abandonó el número 10 de Downing Street el cargo de primer ministro ha estado ocupado por algunos de los políticos más ineptos de toda Europa. Empezando por un abúlico Gordon Brown, siguiendo por un irresponsable como David Cameron -que después de estar a punto de conseguir que Escocia dejara de formar parte de la Unión consumó el desastre del brexit por pura prepotencia y miedo al populismo xenófobo de Nigel Farage-, pasando por una Theresa May tan incapaz como soberbia, para acabar en las garras de un demagogo chiflado como Boris Johnson. Toda la clase política, incluyendo al anacrónico, oportunista y radical líder de la oposición, Jeremy Corbyn, que ha devuelto al laborismo a sus tiempos más oscuros, es culpable del pozo de desprestigio en el que se ha sumido un país en el que muchos de sus parlamentarios protagonizan inmoralidades diarias de todo tipo, incluida la corrupción y el abuso sexual.

Pero el problema va más lejos y afecta al propio sistema político, tantas veces puesto como ejemplo. En ningún país democrático resulta aceptable que, como en el caso de Johnson, el primer ministro sea elegido solo por los militantes de un partido, que representan a un 0,1 % del electorado, sin tener que ser ratificado por el Parlamento. Y es inimaginable lo que ocurriría en España si el jefe del Gobierno suspendiera las Cámaras por un mes para impedir que se forme un bloque en contra de su delirante plan de un brexit a la brava. Una decisión que atañe además a la propia monarca del Reino Unido, en cuya familia, por cierto, se suceden escándalos como el del príncipe Andrés, involucrado en una trama de explotación de menores que en España, donde ha sido posible juzgar y encarcelar a un miembro de la familia real, generaría una inmensa repulsa social y política que no se está produciendo en Gran Bretaña.

Para la Unión Europea sería letal ceder ante las presiones de un orate como Johnson y doblegarse ante sus amenazas de forzar un brexit salvaje en el que los británicos llevarían la peor parte. Pero para el Reino Unido constituye una verdadera tragedia la degeneración de su clase política y el haber caído en manos del populismo xenófobo.