La Galicia envejecida, sin dramatismo

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

26 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras Sánchez trata de esfarelar a Iglesias, para convocar nuevas elecciones, voy a aprovechar el impasse político para abordar el problema demográfico de Galicia. Hace años, en una ponencia presentada en la Universidad Pontificia de Salamanca, expuse una tesis que debía servir para cortar la espiral de dramatismo con la que algunos países, como la Galicia de hoy, abordan sus crisis demográficas, cuya sencilla base era la de enriquecer los clásicos «movimientos naturales» de la población -nacer, crecer, reproducirse y morir-, con un quinto movimiento -la migración- que estuvo presente en todos los tiempos e historias de la especie humana. Y la razón por la que me atreví a calificar las migraciones como movimientos naturales es que ninguno de los cuatro anteriores tiene la virtualidad de generar los equilibrios internos que hacen sostenible la vida de los pueblos, ya que, si la dinámica social y económica altera severamente los equilibrios funcionales de sexo, edad y distribución de una comunidad, no es la naturaleza, sino las migraciones, las que restauran dichos equilibrios. Y eso significa que creer que los gallegos siempre hemos sido como ahora, y siempre nos hemos reajustado sin recurrir a oleadas migratorias, es como estar en Babia.

Galicia no va a desaparecer, porque, cuando se necesite gente, y podamos acogerla, vendrá por oleadas, de la misma manera que sucedió cuando nos sobraba población, y fuimos a repoblar la meseta y América. Lo que es inevitable es que Galicia cambie radicalmente. Tendrá diversas razas; nuevas costumbres y religiones; perderá tradiciones, e introducirá otras que hoy nos suenan a chino o bereber; y será capaz de generar una nueva idiosincrasia, u otras formas de ser «sitio distinto», como hicieron las generaciones anteriores.

Por eso me parece un ejercicio de nostalgia pensar que Galicia puede reequilibrar su población, y garantizar su sostenibilidad, sin más ayuda que un milagroso cambio de mentalidad de una población envejecida y poco dada a procrear, que, además de haber cruzado una línea roja que ya es irreversible, sigue creyendo a nivel personal -y con mucha razón- que la situación demográfica actual no es el resultado de un fracaso, sino de un éxito, y que solo así se explica que nuestro ocaso demográfico coincida con el momento de mayor riqueza y bienestar de nuestra historia. El problema de Galicia es, y siempre será, la generación de un orden productivo que aproveche bien los recursos y cree riqueza. Y en eso -de lo que nunca queremos hablar- somos un desastre: malgastamos o tenemos ociosos enormes recursos naturales; fomentamos un turismo sin modelo propio que va camino de ser insostenible; e imitamos modelos sociales y económicos -también industriales- que no se adaptan al territorio. Por eso podemos definir nuestro programa demográfico parafraseando el Evangelio: «Ordenad bien el país y sus riquezas, y los niños -tan deseados de boquilla, pero no de hecho- vendrán por añadidura». ¡A moreas!, añado yo.