Sonidos del atardecer

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

Ana Garcia

20 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Allá por el 138 a. C. el general romano Décimo Junio Bruto encaró el temido rio Limia, cuya leyenda afirmaba que quien lo atravesara olvidaría todo. Hasta entonces nadie atrevió plantarle cara a maldición tan severa, pero el romano no dudó en atravesarlo y llamar uno a uno a sus legionarios desde la otra orilla, acabando con la leyenda y permitiendo la romanización de la -hasta entonces- inaccesible Galicia. La historia no acabó ahí, ya que cruzar ese límite permitió avanzar siguiendo al sol hacia el oeste llegando al límite de la tierra firme, el Finisterre.

Desde el fin del mundo conocido, los romanos contemplaban cómo el sol se hundía en el mar y juraban oír el crepitar del fuego al apagarse en el agua.

Las puestas de sol en la Galicia marítima siguen siendo un espectáculo legendario y una experiencia que desata síndromes de Stendhal. Contemplar el atardecer en un malecón, en cualquiera de los bancos que ofrecen vistas al mar o en una terraza bien situada con un buen vino, un gin-tonic o cualquier trago amable -sólo o en callada compañía- produce un efecto hipnótico que ilustra el verbo pasmar. Puede que, si se aguza el oído, se oiga el crujir del sol en el océano, pero lo más espectacular es la paleta de colores que su agonía esculpe en el lienzo de las nubes.

Siempre que el tiempo lo permite no perdono un momento estético de este calibre y siempre que lo hago pienso: ¿cómo no se le ocurrirá a nadie que regenta locales que gozan de este privilegio escribir con tiza en una pizarra la música que cada tarde acompañará el espectáculo? Así habló Zaratustra de Richard Strauss o la Sonata numero 1 para chelo de Bach serían un acompañamiento sublime.

Ahí lo dejo.