Los Pujol: «fer país», hacerse ricos

Roberto Blanco Valdés
roberto l. blanco valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

ANDREU DALMAU

18 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Pujol fue presidente de la Generalitat veintitrés años: de 1980 al 2003. Durante ese cuarto de siglo -¡y un cuarto de siglo es mucho tiempo!- la idea central que marcó su ejecutoria fue la que se resumía en el lema Fer país. Una idea pretendidamente inocua bajo la que se escondía en realidad el proyecto de construcción nacional con el que los entonces emboscados separatistas pretendían sentar las bases de lo que luego habría de venir: el infausto procés que debía haber culminado en una Cataluña independiente.

 El engaño histórico del nacionalismo catalán fue formidable: con una mano sostenía los gobiernos del PSOE o del PP a cambio de más poder y peloteaban al jefe del Estado, mientras con la otra horadaban sin desmayo todos los elementos de cohesión sin los cuales un Estado nación no puede persistir. Fue ese un ejercicio de deslealtad constitucional e institucional del que no existe en la Europa de posguerra ejemplo comparable.

Pero el inmenso engaño de Pujol no se limitó a inocular en la sociedad catalana el odio a España que hoy, por desgracia, es en una parte de aquella claramente perceptible. Al mismo tiempo que Pujol «hacía país», el honorable (sic), su mujer y sus siete hijos -todos imputados hoy por la Justicia- aprovechaban para hacerse un capitalito que ha resultado ser, según la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF), un capitalazo: 290 millones de euros, es decir, la friolera de 48.000 millones de las antiguas pesetas.

La UDEF lo tiene claro: Pujol «habría desarrollado las funciones atribuibles a Andreu Viloca [extesorero de CDC] en cuanto a la recaudación del 3 %, u otros porcentajes, en los primeros gobiernos autonómicos catalanes, si bien habría derivado una parte sustancial del dinero al patrimonio de la familia Pujol Ferrusola […] No nos cabe duda de incardinar las conductas [de los miembros del clan Pujol] dentro del concepto de crimen organizado».

De ser acertadas las conclusiones de ese informe, lo que solo a los jueces toca acreditar, la muy inquietante pregunta es evidente: ¿cómo pudo mantenerse años y años una acción delictiva de tan portentosa envergadura pese a todos los controles existentes en las sociedades democráticas? La propia UDEF da la respuesta: «La familia [Pujol] habría aprovechado su posición privilegiada de ascendencia en la vida política/social/económica catalana en pro de acumular un patrimonio desmedido directamente relacionado con percepciones económicas fruto de conductas corruptas».

Y es que, para sus partidarios, el nacionalismo no es una ideología, sino una forma de verdad, algo mucho más cercano a la religión que a la política. Por eso, mientras censurar a los políticos no nacionalistas resulta parte esencial de la democracia, atreverse a hacer lo propio con los santones nacionalistas es como enmendar la plana a Dios. Pujol y su mujer lo sabían y muy pronto enseñaron a sus siete hijos esa lección elemental.