El Gobierno contra la Xunta de Galicia

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

11 ago 2019 . Actualizado a las 13:17 h.

Una perrita presumida desprecia a un perro flacucho que la mira con arrobo: «A mi me gustas una barbaridad, ¿sabes? Pero, como eres can de palleiro… Vaites, vaites». La viñeta, que incluye Castelao en uno de los tomos de sus Cousas da vida, viene muy al caso para explicar la demencial relación que el Gobierno en funciones ha decidido establecer, por motivos pura y exclusivamente partidistas, con la Xunta de Galicia.

Ayer lo ilustraban aquí, con todo lujo de detalles, Domingos Sampedro, Ana Balseiro y Rubén Santamarta en un reportaje titulado «Ministros de Sánchez visitan a otros líderes autonómicos mientras esquivan a la Xunta». Recordemos solo dos ejemplos: la responsable de Industria, en gira gallega por la crisis de Alcoa, se citó el lunes con varios dirigentes socialistas (el secretario general del PSdeG, el alcalde de Santiago o el delegado del Gobierno) actuando como si la Xunta no existiera, pero, al día siguiente, su acompañante en Asturias fue el presidente del Principado, socialista como ella. Tres días después hizo lo mismo el ministro de Ciencia, que en su visita a Galicia no incluyó a ningún miembro de la Xunta, en clarísimo contraste con lo que había hecho poco antes en Canarias, donde se entrevistó con el presidente de la comunidad y secretario general de los socialistas insulares. Los gallegos también somos, al parecer, para el Gobierno, cans de palleiro.

Ese maltrato del Ejecutivo de Pedro Sánchez a la Xunta, que representa a todos los gallegos y no solo a aquellos que han votado al PP, resulta institucionalmente vergonzoso, pues no es más que el fruto de un burdo e inadmisible sectarismo. Los ministros deben serlo del Gobierno de España antes que del Gobierno de un partido y deben comportarse siempre, en consecuencia, como tales y no como el brazo ejecutor de una maquina política que castiga a los territorios gobernados por los adversarios y premia a aquellos donde gobiernan sus correligionarios.

El colmo de ese sectarismo institucional es el que ha practicado Pedro Sánchez, quien, además de no cumplir la elemental regla que acabo de enunciar, practica otra aun más escandalosa: ser concesivo, hasta humillarse, con gobernantes nacionalistas que, como los catalanes, han violado las leyes y la Constitución, mientras desaira una y otra vez a autoridades políticas que, como las de Galicia, han demostrado una inquebrantable lealtad constitucional e institucional.

Los Estados descentralizados -y el español lo está profundamente- no pueden funcionar si los políticos de los tres niveles de poder en ellos existentes (central, regional y municipal) no cooperan entre sí, cooperación que es imposible desde un entendimiento solo partidista de las relaciones institucionales. Esa es la que practica Pedro Sánchez, quien divide a las autoridades con las que debería colaborar entre adversarios electorales y compañeros de partido. Así de perverso. Así de fácil.