Más formación para conducir motos
OPINIÓN
La Confederación Nacional de Autoescuelas (CNAE) está de acuerdo con la DGT en que es necesario, junto con otras medidas, reforzar la enseñanza de la conducción, también la de los vehículos de dos ruedas. Actualmente, y si nos referimos a las motocicletas, solo el permiso de la clase A (que autoriza a conducir motos de gran cilindrada) exige clases teóricas presenciales y un mínimo de horas de destreza y de circulación.
La idea que tiene la DGT, y que nosotros apoyamos, es la de exigir unas 8 horas de formación en factores de riesgo, comunes a todos los permisos, y otras 6 de formación específica, en el caso de los carnés de motos, habida cuenta de las peculiaridades de la conducción con este tipo de vehículos (hasta la vestimenta reviste aquí una importancia capital).
Se trata de inculcar unos fundamentos básicos de seguridad vial porque los jóvenes tienden a sobrevalorar sus habilidades y a confiarse en exceso. Algunos se dejan influir por el motociclismo de competición, olvidando que las carreteras no son circuitos.
Nuestra legislación contempla un acceso progresivo a la conducción de las motos más potentes. De menos a más potencia, los permisos son: el AM (que autoriza a conducir ciclomotores), el A1, el A2 y el A. De modo que la edad mínima para conducir cualquier tipo de moto es 20 años y el conductor ha de tener una antigüedad de 2 años como poco en el permiso A2.
No obstante, son los vehículos capaces de alcanzar las mayores velocidades los que más preocupan, porque la accidentalidad que suelen deparar es más grave. Además, en la seguridad vial la veteranía no es un grado y la experiencia a veces se traduce en la asunción de más riesgos, en el exceso de confianza al que antes aludíamos, en la adquisición de malos hábitos y rutinas que nos vuelven insensibles ante el peligro.
Por tanto, se trata precisamente de sensibilizar al futuro conductor, tarea que exige un aprendizaje bajo la atenta mirada del profesor de la autoescuela. No vale con rellenar test de examen, hasta que uno se ha aprendido de memoria las preguntas y las respuestas. Quizá apruebe el aspirante a conductor que así se prepara, pero su percepción del riesgo será nula o baja, con lo que adquirirá muchas papeletas para un sorteo cuyo premio, siempre desagradable y a menudo terrible, es el siniestro vial. En la carretera, el que se la juega, antes o después, pierde.