La chapuza política nacional

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

23 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Más que seguir en el manido juego de la gallina, en el que pierde el primero que salta del coche antes de estrellarse, lo que están haciendo Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es alimentar el injusto tópico que dice que los españoles lo dejan todo para el último día y resuelven los problemas deprisa y corriendo en el minuto final, en lugar de afrontar con rigor y seriedad el trabajo pendiente. PSOE y Unidas Podemos han tirado por la borda los tres meses que han transcurrido desde las generales sin avanzar un milímetro en la conformación de un programa y un equipo común que aspire a gobernar España en coalición. En lugar de eso, a lo que asistimos es a la demostración de otro ejercicio que hace un flaco favor al prestigio de España: el de la chapuza política nacional, al que desgraciadamente nos estamos acostumbrando. Presentarse a una sesión de investidura, como ayer hizo Sánchez, sin tener asegurado ni siquiera el voto del que considera su «socio principal», y sin más apoyo que el del único diputado de los regionalistas cántabros, es una manifiesta demostración de irresponsabilidad. Todo indica que, si hay investidura, será gracias a un pacto en el último segundo del último día, que puede ser el próximo jueves o incluso en el mes de septiembre.

El resultado es que la única posibilidad que tiene España de confirmar un Gobierno es la de repetir la coalición Frankenstein que derribó a Mariano Rajoy en una moción de censura. Es decir, la deprimente perspectiva de que Sánchez gobierne en alianza con un partido sobre cuyo líder él mismo ha dicho que «no defiende la democracia», lo cual, además de gravísimo, es inquietante. Y que lo haga, además, gracias al apoyo o la abstención y en permanente dependencia de unas formaciones independentistas sobre las que Sánchez se ha hartado de decir que «no son de fiar». Ninguna estabilidad se puede esperar, en lo político y en lo económico, de un Ejecutivo que nazca de semejantes mimbres. Toda esta inmensa chapuza nacional solo ha servido, además, para rehabilitar políticamente a figuras tan histriónicas como Gabriel Rufián, de cuyo discurso de hoy depende el futuro de España tanto o más que de los que escuchamos ayer a Sánchez e Iglesias.

En todo caso, quien sale abrasado de este proceso es el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, el único que tenía en su mano la posibilidad de impedir lo que probablemente ocurrirá, formando una coalición con el PSOE que aseguraría por sí sola una mayoría de 180 escaños. Aunque es cierto que Sánchez no se lo llegó a ofrecer formalmente en ningún momento, la irresponsable actitud de Rivera de negarse a acudir siquiera a hablar con el líder del PSOE deja en el aire la duda de que podría haber intentado librar a España de quedar de nuevo en manos de radicales y separatistas. En lugar de ello, Rivera ha preferido dejar el Gobierno al albur de una alianza inestable y jugárselo todo a participar durante la legislatura en un Parlamento paralelo en el que PP, Cs y Vox competirán por liderar la oposición. Mal negocio. Para Rivera y para España.