Tener cuarenta años

Natalia Díaz Santín EN VIVO

OPINIÓN

22 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cumplir cuarenta años supone llegar con mucha suerte a la mitad de la vida. La realidad es que para mí, cumplir cuarenta provocó tal catarsis emocional que a punto de cumplir cuarenta y uno, aún no he superado. Ese día me dio por no querer levantarme, pero tuve que hacerlo. Con una inusual pereza comencé la mañana. Podría decirse que tenía todo a mi favor y se me antojaba todo en contra. Alguien me había enviado un ramo de rosas. Pero ni siquiera ese alguien me importaba. Desde la pastelería me mandaban una tarta envuelta en papel que por todos lados ponía 40. Y un agobiante sonido de móvil me recordaba que mis amigos sí se habían acordado de mis años.

Hace veinte tenía veinte y entonces todo el futuro parecía lejano. Tener ya veinticinco era ser mayor. Tener treinta era esperar diez años y la mente no alcanzaba a tanto. Y tener cuarenta era algo que nunca pensabas que podía llegar. Hasta que llegó. Hace un año ya.

Y a esta edad ya hay muchos duelos hechos y otros por hacer. Y esos que quedan por hacer muchas veces se han enquistado tanto que no hay forma de pasarlos.

A los cuarenta años me gusta recorrer las calles donde fui feliz, pero al mismo tiempo me provoca torpeza en el andar, como si la añoranza de lo que fue no me dejase dar ni un solo paso.

Me gusta volver a los sitios donde sé que él no está, para creer que tal vez él sí se ha acordado de aquella promesa que hicimos hace veinte años de citarnos en ese sitio cuando tuviésemos cuarenta, aunque estuviéramos casados con otros. Aunque la vida nos hubiera separado años antes.

Me gusta recordar aquella canción veraniega que no era la más bonita ni la más pegadiza, pero sí era con la que nos pasamos los meses bailando. Pero cuando la recuerdo, ya no soy capaz de bailarla ni de saber a quién le gustaba más de nosotras.

Me gusta oler de pronto aquel perfume y recordar lo que fuimos. Aunque ya no lo encuentre en las tiendas y solo a veces entre la multitud me parece que alguien huela a 1999.

Me gusta leer a Paul Auster y aquella frase que apunté en los separadores del Código Civil: «Teníamos todas las piezas desde el principio pero nadie supo encajarlas». Es cuando tengo cuarenta y mido el tiempo por lugares pasados, el momento en el que pienso que nunca estuve en esos sitios, que nunca me cité con él en ese lugar, que aquella canción veraniega no era más que una vieja versión, que ese olor a 1999 es una colonia barata y que no volví a leer a Paul Auster porque me recordaba demasiado a él.

Y el día que cumplo cuarenta y uno todo vuelve a su sitio, y decido levantarme pronto para reencontrarme con aquel perfecto verano de hace ya veinte años.

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