Derechos vamos hacia la embestidura

OPINIÓN

19 jul 2019 . Actualizado a las 19:58 h.

A Pedro Sánchez le gustan la Moncloa y todo el culto -motorizado, mediático y protocolario- que la Moncloa genera. E, iluminado por su fachendosa ambición, acaba de darse cuenta de que en esa acrópolis del poder efímero apenas hay diferencia entre ser titular o interino. Y esa debe ser la razón por la que, en una perfecta demostración de que la supervivencia de la especie humana depende de la adaptabilidad al medio, Pedro Sánchez, con la cooperación necesaria del PSOE, acaba de inventar el petrocentrismo político, una verdadera revolución copernicana en la que, mientras ‘todo pasa y nada queda’, el interino permanece.

Si no se tiene en cuenta esta inversión cosmológica, resulta imposible entender el discurso oficialista que domina España, cuya esencia consiste en que, mientras todos los demás empezamos a sentir el peso de nuestra irresponsabilidad, nuestro egoísmo o nuestra incuria -por ser incapaces de darnos, después de tres elecciones, un jefe de Gobierno entero y verdadero-, el interino de la Moncloa actúa como un almuédano de nuestros defectos, que tres veces al día se sube al minarete de Prado del Rey para pregonar que somos unos inútiles y no sabemos rendirnos ni abstenernos. También nos recuerda que somos carpetovetónicos y antieuropeos, porque que no queremos dialogar para ceder. O que somos unos irresponsables y egoístas enfermizos, porque no estamos dejando que el que fue capaz de hacer lo más difícil -vender sus 123 diputados como si fuesen las victorias de Lepanto y las Navas de Tolosa juntas- tenga las manos libres para reinstaurar el zapaterismo económico, el constitucionalismo dúctil y maleable que contenta a los desleales a costa de cabrear a los leales; y, sobre todo, que no le ayudamos a desenterrar a Franco, para evitar que la basílica de Cuelgamuros siga siendo un monumento machista, religioso y fascista.

Con tal bagaje intelectual y político, Sánchez centró la negociación de su investidura sobre cinco principios da enorme envergadura deontológica: 1) Si no me votáis a mí, u os abstenéis para que yo gobierne, estáis apañados. 2) Si sois nacionalistas, y no me ponéis la alfombra roja, tendréis que entenderos con la derechona reaccionaria y patriótica que os quiere trincar la república y convertiros en presos políticos. 3) Si tenemos que ir a nuevas elecciones -¡je, je!-, no seré yo el que más pierda. 4) Si sois podemitas, y os empeñáis en ensombrecer o compartir mi prodigioso triunfo, os trataré como apestados, os obligaré a llevar cencerro y volatizaré todos vuestros escaños y premios de consolación. Y 5) Si sois de la derechita cobarde, y no presentáis armas mientras yo ingreso en la historia, con Dios por testigo os llamaré extremistas, franquistas y católicos, para que ningún demócrata español vuelva a miraros a la cara.

En positivo, obviamente, no dijo nada. Porque un interino no tiene por qué dar explicaciones, y, menos aún, si ‘todo pasa y nada queda’, mientras el universo entero gira en torno a su holografía política.