Una investidura que permita gobernar

OPINIÓN

Ricardo Rubio - Europa Press

18 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La característica definitoria de la democracia parlamentaria es la vinculación razonablemente estable entre el presidente del Gobierno y una mayoría parlamentaria -monocolor o plural- que lo legitima en la investidura y lo apoya para gobernar. Por eso es un grave error desvincular -como estamos haciendo en España- la investidura de la gobernación efectiva, como si fuesen dos actos sucesivos e independientes sobre los que un partido, o cualquier diputado, pueden adoptar decisiones diferentes y contradictorias -apoyar la investidura, por ejemplo, y abandonar al presidente investido a su puñetera suerte-. Esto es lo que sucedió, infelizmente, con los dos últimos presidentes del Gobierno. Porque a Mariano Rajoy lo tiró, con una moción de censura políticamente nefasta, el mismo PSOE que se había abstenido para hacerlo presidente. Y a Pedro Sánchez también lo tiró -en un alarde de rufianismo parlamentario- la misma coalición Frankenstein que lo había aupado de manera irresponsable.

En buena lógica política, el análisis de la estructura parlamentaria no debe hacerse sobre la simple posibilidad de investir a un presidente, sino sobre las posibilidades de gobernar que tiene este hipotético presidente. Porque el concepto de bloqueo parlamentario no alude, en términos estrictos, a la imposibilidad de investir y legitimar a un presidente, sino al hecho de que no exista -ni sea posible crear- la mayoría que le apoye en la misión de gobernar. También esto se puede contemplar, con verdadera preocupación, en nuestra política cotidiana. Porque, aunque sigue siendo posible que Sánchez obtenga la presidencia en una segunda investidura -la de septiembre-, y a la cuarta votación -la que haría explícita su humillación política-, es evidente que Sánchez -investido o no- no podrá gobernar de ninguna manera. Y, si esa es la previsión que él mismo tiene, la razón de Estado nos obliga a convocar elecciones.

Sánchez, como es obvio, ya apunta desde hace tiempo hacia nuevos comicios, para los que ya tiene fechas, encuestas, estrategias, reservas de espacios publicitarios y dinero fresco. Pero tiene sin resolver la cuestión esencial que yo les plateo: la muy alta probabilidad de que las elecciones de noviembre vuelvan a dar -igual que sucedió en las consultas de 2015, 2016 y 2019, y en la moción de censura de 2018? un parlamento intrínsecamente ingobernable, o un parlamento que, teniendo incluso posibilidades de investir a un presidente -como el del 2016-, mantenga bloqueada la gobernabilidad. Y contra eso no hay palabrería, audacia, habilidad o chulería que valga.

¿Y qué remedio hay para este nudo gordiano? Solo uno: que los ciudadanos nos demos cuenta de que el atrabiliario pluralismo nacido de las nuevas políticas nos condujo a un callejón sin salida; y que cuanto antes volvamos a jugar sobre dos hipotéticas mayorías gobernantes -que para mí solo pueden ser PSOE y PP- mejor nos irá. Porque este laberinto en el que estamos solo puede llevarnos, por el atajo, al abismo.