A la Tierra le huele el aliento

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

15 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En el río de mi infancia ya no croan las ranas. Mi abuelo era un empedernido cazador y pescador, pero las anguilas ya no se acercan al lugar en el que él las capturaba con una nasa artesanal que colocaba en las noches de luna clara e iba a levantar cuando el alba alejaba la oscuridad. Hace tiempo que ya no sé si el cuco sorprende a los rapaces sin desayunar. Cuando era pequeño me decían que si oía cucar sin haber tomado las sopas mañaneras andaría pasmado todo el año. La música del pájaro carpintero horadando los pinos para hacer su nido es mero recuerdo de un eco casi olvidado. Ya no se oyen los grillos en las noches estrelladas. Nos dedicamos con ahínco a destrozar el juguete más preciado. Aniquilamos más de dos plantas por año. Los estudios, los informes y las estadísticas de más rigor nos dejan en muy mal lugar. Nos sacan los colores por la puesta en peligro de un millón de especies y la provocación de una extinción masiva. Un declive sin precedentes originado por acción u omisión. Nadie es inocente del todo. Ya escribía Schopenhauer que «el hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales». Somos un castigo para los demás seres de nuestro planeta, sin ser conscientes de que maltratar a la naturaleza es maltratar a la humanidad. Nos estamos cargando el 40 % de las especies anfibias, un tercio de los arrecifes coralinos, los tiburones, el 30 % de los mamíferos marinos, una décima parte de los insectos están amenazados, llenamos los mares de plásticos y los pesticidas lo matan todo. Así, a la Tierra ya le huele el aliento. Y no se trata de una halitosis banal. Dilapidamos un caudal natural como el mal hijo arruina en el juego una gran herencia familiar.