Tú también, Correos, hijo mío

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

11 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Felipe González era otra cosa. Daba gusto votar a aquel PSOE que contagiaba ilusión y que no se metía demasiado en la vida de la gente. Gestionaba la economía sin consignas ideológicas fracasadas (todas las que imperaban en el este de Europa), se adaptó a los tiempos y hasta se negó a sí mismo con aquello de «OTAN, de entrada no», aunque luego fuese sí. Los primeros años de González fueron ejemplares. Luego, ya conocemos la historia: el PSOE se convirtió en el partido más corrupto de la democracia, vino Aznar y, de triste carambola, llegó Zapatero. Con él todo mudó. El PSOE quiso construir una España a su imagen y semejanza: políticamente correcta. Practicó la ingeniería social como quien experimenta con conejillos. Desde que Zapatero no se levantó al paso de las tropas de EE.UU. en un desfile ya se veía venir. La sociedad se dividió en buenos y malos, se igualó por abajo en la educación, y la cultura -que también existe conservadora y cristiana- pasó a constituirse como feudo de los autodenominados «progresistas». España iba mal, pero Zapatero decía que iba bien. Tan mal iba, que a la vera del socialismo creció un movimiento rupturista que llegó a alcanzar cinco millones de votantes. El PSOE ya no era el de Felipe en los ochenta, de él solo quedaban harapos. Así, en 2011, el PP ganó una mayoría absoluta que no aprovechó en lo fundamental: deconstruir el pensamiento instaurado por el zapaterismo. Rajoy se dedicó a arreglar las cuentas sin preocuparse de las pantallas televisivas, la ideología, la cultura o los modos de observar el mundo. Y pasó lo que tenía que pasar: volvieron los zapateristas, pero ahora reforzados con un líder que hizo bueno a Zapatero. No les importó arroparse con el independentismo para echar, moción de censura por medio, a un partido que nos había salvado de la agonía económica. Ni les importó resucitar a Franco, que ayer mismo tenía que haber desalojado el Escorial. Sánchez Castejón se erigió en «El elegido». Y ahí está y estará hasta el 2039, por lo menos.

¿Y a qué viene el título de esta columna? Viene a que Correos, a quien tanto debemos, transformó su logo y lo anunció así: «Si cambias una marca que es de todos y todas, se lo tienes que comunicar a todos y todas». Ni una institución tan nuestra se ha librado del pensamiento único. A muchos de mis lectores les parecerá que no es para tanto. Pero lo es. El lenguaje es quien construye el pensamiento. Por eso la izquierda no abandonará jamás su hábil tarea. La RAE avisa de que el desdoblamiento de género, salvo que la mención explícita de ambos géneros sea un factor relevante en el mensaje, es innecesaria desde el punto de vista lingüístico. «Todos» engloba a hombres y mujeres. Pero qué importa. Si decimos «todos y todas» somos progresistas. La ideología de la corrección política se ha colado hasta en Correos. Tú también me traicionas. Como Bruto a César, hijo mío.