La política española es la leche

OPINIÓN

30 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Para abordar en términos coloquiales una de las cuestiones más difíciles de la Ciencia Política podemos empezar diciendo que una multitud de personas, sin normas e instituciones que la conviertan en una comunidad de esfuerzos e intereses, es «la leche». Porque, aunque tiene mucho potencial alimenticio, y es buena por naturaleza, se desparrama con facilidad; o se agría y pierde al menor descuido. Por eso, para estabilizar ese excelente alimento que es la leche, se inventó el queso -leche solidificada y fermentada-, que en este párrafo metafórico viene a ser la polis de los griegos -una comunidad fermentada y solidificada por la acción política-, o la communitas de los estoicos, un compendio de esfuerzos e intereses que resulta fácil de conservar, repartir, consumir, disfrutar, maridar con vino, y susceptible de acumular olores, texturas y sabores que sitúan el queso -y las sociedades bien ordenadas- entre los productos más demandados por la humanidad.

De acuerdo con esta metáfora, parece posible medir la calidad de las democracias en función de su liquidez, considerando muy dudosas e ineficaces las que se desparraman y agrían como la leche, y muy útiles y participables las que se estabilizan y solidifican como el queso manchego, que está marcando el top ten de la calidad exportable. Las democracias, como los quesos, son productos muy variables en su sabor, olor, estabilidad y textura, y por eso podemos decir que, aunque todas tienen su aquel, no hay comparación posible entre las que son como los quesos blandos, que se modifican y desparraman a la velocidad de la luz, y las que funcionan y se mantienen como los quesos manchegos, roquefort, cabrales o parmigiano reggiano, que nunca defraudan, apenas se modifican y siempre sacian.

La política española, desde hace cuatro años, es un queso cada vez más blando, más desparramado y menos estable, es decir, «la leche». Y todos empezamos a echar en falta los quesos estables e intensos que consumíamos entre la Transición y la crisis del 2008. El PSOE pasó del «con Rivera no» a sentir mono de Ciudadanos en tres semanas. Iglesias olvidó el «asalto al cielo», para mendigar un carguiño en solo un año. El PP cambió la «derecha sin complejos» por «la casa común del centro» en lo que va de mayo. Sánchez pasó de pactar con el diablo la moción de censura, a sentir un repelús elitista cada vez que Pablo, el socio preferente, intenta darle la mano. Las mareas y el carmenismo, que eran fermento de renovación, se pierden ahora por los sumideros.

Mi admirada Arrimadas, que tan bien explicaba el «no es no» a Sánchez, abraza ahora el posibilismo barato. Vox, que venía para hacerse oír, se puso afónico. Sánchez -otra vez- que el 28A cantó para sí mismo el mayor triunfo de la democracia, coquetea ahora con el bloqueo y la repetición de elecciones. Y así hasta el infinito. Porque la política española se ha vuelto más líquida que la leche. Y los que gustamos del buen queso tendremos que sobrevivir comiendo nuestra paciencia.