El ocaso de Iglesias y del globo naranja

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

28 may 2019 . Actualizado a las 07:57 h.

El resultado de las elecciones europeas, municipales y autonómicas confirma que la victoria de Pedro Sánchez en las generales es algo más que un triunfo asentado en el miedo a la ultraderecha. Consolida la apertura de un ciclo de izquierda. Nada, por otra parte, que no hayamos visto numerosas veces en España, donde lo normal es que a períodos de acumulación de poder de los conservadores le sucedan etapas de preeminencia socialdemócrata. De ahí que, poniendo las luces largas, lo relevante no sea tanto la apertura de un ciclo de izquierda como el fin de otro ciclo quizá más importante. Si hay alguna lección que sacar del 26M es el ocaso del populismo de izquierda y el fracaso de esa otra nueva política naranja que nos tiene ya acostumbrados a festejar con champán sus derrotas como si fueran victorias históricas y a vivir del cuento de ser recién llegados cuando llevan ya años en esto. Se mire por donde se mire, los grandes derrotados son Unidas Podemos -muy especialmente su pareja real, Pablo Iglesias e Irene Montero-, y Ciudadanos, con mención especial a un Albert Rivera al que se le empieza a pasar ya el arroz para seguir presentándose como la eterna y joven promesa del sorpasso.

Manuela Carmena en Madrid, Ada Colau en Barcelona, Pedro Santisteve en Zaragoza, Martiño Noriega en Santiago, Xulio Ferreiro en A Coruña, Jorge Suárez en Ferrol. Con la excepción de Kichi en Cádiz y Joan Ribó en Valencia, que ganan gracias a apartarse a tiempo de un Pablo Iglesias políticamente tóxico, mirar el tablero municipal que se avecina es algo así como contemplar un campo de batalla sembrado de cadáveres de alcaldes populistas. Los ciudadanos les han dejado claro que gobernar una ciudad es algo mucho más serio que dar arengas demagógicas, cambiar el nombre de calles y plazas o practicar un anticlericalismo trasnochado. Al ciudadano de Madrid, Barcelona o Santiago le importa más tener una ciudad limpia y segura, y con oportunidades para quien quiera emprender, que recibir lecciones de historia, escuchar discursos populistas o dar carrete a los okupas.

El fracaso de Iglesias, iniciado en las generales, es ya un estrepitoso descalabro que en cualquier otro partido llevaría a su dimisión inmediata. Pero, en lugar de eso, resulta vergonzoso verle reclamar para sí un asiento en el Gobierno, aunque sea de ministro de Marina. Y también debería hacérselo mirar Albert Rivera, al que los ciudadanos le han dejado claro que España no se acaba en Madrid y Barcelona, que un partido es algo más que un buen orador y una campaña de márketing y que se le ha agotado el crédito que le permitía recibir votos no por méritos propios, sino por deméritos ajenos. Por lo demás, aunque en España enterramos bien, como decía Rubalcaba, también lo hacemos demasiado pronto. Pablo Casado sale vivo de esta gracias a corregir a tiempo el rumbo directo hacia el abismo que le había impuesto Aznar. Ahora, tendrá que demostrar que tiene un proyecto propio capaz de reconstruir el PP y de aglutinar todo el voto del centroderecha en España.