El saludo de Sudán del Sur a Galicia

Luisa Roade Tato FIRMA INVITADA

OPINIÓN

22 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Sudán del Sur es el país más joven del mundo. Eso es lo primero que sale cuando uno lo busca en Google. Y eso es lo primero que hicieron mis padres cuando me propusieron trabajar en un lugar así. Sudán del Sur se independizó de su vecino norteño en el 2011. Lo que se vivió como un ilusionante comienzo pronto se convirtió en una cruenta guerra civil sostenida por conflictos étnicos y por el suculento oro negro sur sudanés.

Malakal, al norte del país, llegó a tener unos 250.000 habitantes («¡como Coruña!», pienso yo). Enclavada en el cauce del Nilo Blanco, era la segunda ciudad más importante del sur de Sudán. Malakal es de un color pajizo, dorado, un color que transmite calor. Un color que solo se interrumpe por brotes verdes en las orillas del río y por el enorme recinto de tiendas de lona y uralita que forman el protectorado de civiles, un campo de desplazados internos cuya vista desde el avión ya sobrecoge. Durante la guerra se establecieron estructuras similares en todo el país escudadas por cascos azules con el objetivo de brindar protección militar a la población civil desplazada. Paradójicamente, en ocasiones estas zonas han servido de «ratoneras», y la de Malakal ha sido testigo de lo más crudo del conflicto étnico dentro de sus vallas. Ahí se encuentra uno de los hospitales donde trabajo -trabajamos- desde hace ya cinco meses. Ahí viven -sobreviven- casi 30.000 personas. Hoy por hoy, en Malakal coexisten tres etnias diferentes y se habla el mismo número de lenguas que en toda España. Fuera del área de protección de civiles, la ciudad permanece en una tensa posguerra: automóviles calcinados, escombros. Malakal tiene el cementerio más grande que yo haya visto jamás. En esta ciudad se encuentra otro de los hospitales de Médicos Sin Fronteras, la ONG con la que trabajo.

Aquí, después de la guerra, la tuberculosis sigue matando. El VIH sigue matando. La malaria, la desnutrición. También matan la hepatitis, el kala-azar, incluso la diabetes o las mordeduras de serpiente. Mis compañeros y compañeras sur sudaneses se han empeñado en ejercer la mejor medicina posible en contra de todo pronóstico. La suya es una dignidad que hace enmudecer.

De cuando en vez, esos mismos colegas insisten en recordarme: «Haznos el favor y saluda a tu gente de nuestra parte».