Socialistas aquejados de territorialitis

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

19 may 2019 . Actualizado a las 09:04 h.

Como el sufijo itis indica inflamación, la territorialitis es la que padecen quienes, sin ser nacionalistas (víctimas de otro mal más grave aun: la nacionalitis), han resultado abducidos por las obsesiones de aquellos en mayor o menor grado. Tal ocurre hoy en un partido, el socialista, que se llama español, pese a lo cual varios de sus principales dirigentes sufren una hinchazón territorial que, además de nublar el juicio, puede llegar a embotar la sensibilidad.

Anunciar a bombo y platillo que Sánchez ha optado por dos catalanes para presidir el Congreso y el Senado es una clara manifestación de territorialitis. Y no, líbreme Dios, por el hecho de que Batet y Cruz sean catalanes, o incluso catalanistas, sino porque su elección se debe solo a eso, señal de la voluntad de extender la obsesiva identidad territorial, que anega ya la política española, hasta las instituciones centrales del Estado, que deberían expresar todo lo contrario: lo que nos une y no lo que nos separa.

En un país donde desde hace cuatro décadas insistimos mucho más en el autogobierno que en el gobierno compartido (los dos elementos de todo sistema federal equilibrado) trasladar la nefasta política de las identidades al único lugar donde hoy se representa a España en su conjunto (no a sus municipios o a sus comunidades, que cuentan con sus propias instituciones) sería la mejor manera de hundir definitivamente toda posibilidad de mantener la España que nació con la Constitución. Muchos socialistas lo saben, pero algunos de los que hoy mandan en el PSOE creen que la cohesión territorial es la suma de las identidades regionales y no la síntesis de todas ellas en un proyecto común de ciudadanos libres e iguales.

Pero la territorialistis, como decía, no sólo nubla el buen juicio sino que, en su extremo de delirio, embota la sensibilidad y la decencia. El ex presidente del PSE, Jesús Eguiguren, la padece hasta el punto de calificar de «héroe», como hizo anteayer, al recién detenido Josu Ternera, jefe de ETA cuando se produjeron, entre otras, las terribles masacres de Hipercor (21 muertos) y de la casa cuartel de Zaragoza (11 muertos, entre ellos cinco niñas). Tras tal escarnio insufrible, aclaró Eguiguren que Ternera era un «héroe de la retirada» por su papel en el final de ETA, dando entender que aquel se debió al supuesto coraje de algunos de sus dirigentes y no a la ley de partidos y la lucha combinada de jueces y policías. Hace cuatro meses asistimos a una similar indignidad cuando Idoia Mendia, secretaría general del PSE, se fotografió brindando en Nochebuena con Otegi, apologeta de esos terribles crímenes y de todos los cometidos por ETA a lo largo de su historia sanguinaria.

Pero la inflamación territorial es lo que tiene: que, en su manifestación más leve, lleva a asumir parte del discurso nacionalista, y, en la más aguda, a ayudar a blanquear la historia de una banda terrorista.