Cuando el político tiene sentido de Estado

Abel Veiga

OPINIÓN

Marcelo del Pozo | Reuters

10 may 2019 . Actualizado a las 19:01 h.

Lo fue casi todo en política, salvo ser presidente del Gobierno. Casi tres décadas de servicio público, con lo desagradecido que es en este país ser servidor público y político además. Diputados en seis legislaturas. Se va uno de los últimos animales políticos que este país alumbró. Sin duda piel de otras generaciones donde la palabra, el diálogo, a pesar de la confrontación ideológica, lo podían todo. Incombustible. Tuvo además, aparte de una gran capacidad analítica, la virtud de saber leer los tiempos y la oportunidad del momento en política. Humano, humanista, cercano, comprometido con los valores democráticos y la libertad, pero también con el valor de la palabra, de la tolerancia y la pluralidad a través del diálogo.

Fue un hombre cabal, serio, con gran sarcasmo e ironía, con una vasta cultura y capacidad intelectual muy por encima de compañeros y adversarios políticos, baste ver algunos debates televisivos con otros candidatos, sensato y con una gran dosis de lealtad y sentido de Estado, de ese mismo que ahora mismo adolecemos en las primeras filas de la trinchera, a la que de nuevo, han sumido los políticos de hoy el juego de la política.

Posiblemente encarnó mejor que nadie al personaje de Maquiavelo. Querido y respetado por muchos, fue también denostado por sus adversarios sabedor de su valía. Hiriéndole creían que herían también a su partido en momentos donde todo valía.

Sin duda, una de sus grandes contribuciones a este país fue fraguar la derrota de ETA, sí, fraguar y derrota. Las dos palabras juntas. Que nadie se irrogue otras medallas que él merece. Pero como dijo una vez, no hace mucho, y en otro momento luctuoso, en España enterramos muy bien. Hoy llegan las alabanzas y las condolencias, merecidas y sentidas no vamos a decir que no. Pero también sufrió en carne propia los sinsabores de la política cainita, cínica y descarnada.

Se va un protagonista del felipismo y del zapaterismo con estilo único y propio. Con una oratoria extraordinaria, con visión de presente y de futuro, consciente de hasta donde se puede llegar y donde no, y que, incluso en el momento de su dimisión y renuncia a la secretaría del PSOE y con ello a las llaves hacia la Moncloa prestó su último servicio con la abdicación del jefe del Estado. Bien lo saben todos los protagonistas. Acierta la clase política y el Congreso de los Diputados despidiendo en su casa, el Congreso, a un referente de la política. Rubalcaba encarnó, con aciertos y errores, virtudes y defectos, que todos tenemos, como nadie el sentido de Estado que tanto hace falta hoy día. Y en estos momentos, ante el inicio de una campaña política y electoralista, figuras como ésta, ya se echan en falta. Sí, enterramos muy bien en este país, pero hace falta morirse para dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.