Sin duda, una de sus grandes contribuciones a este país fue fraguar la derrota de ETA, sí, fraguar y derrota. Las dos palabras juntas. Que nadie se irrogue otras medallas que él merece. Pero como dijo una vez, no hace mucho, y en otro momento luctuoso, en España enterramos muy bien. Hoy llegan las alabanzas y las condolencias, merecidas y sentidas no vamos a decir que no. Pero también sufrió en carne propia los sinsabores de la política cainita, cínica y descarnada.
Se va un protagonista del felipismo y del zapaterismo con estilo único y propio. Con una oratoria extraordinaria, con visión de presente y de futuro, consciente de hasta donde se puede llegar y donde no, y que, incluso en el momento de su dimisión y renuncia a la secretaría del PSOE y con ello a las llaves hacia la Moncloa prestó su último servicio con la abdicación del jefe del Estado. Bien lo saben todos los protagonistas. Acierta la clase política y el Congreso de los Diputados despidiendo en su casa, el Congreso, a un referente de la política. Rubalcaba encarnó, con aciertos y errores, virtudes y defectos, que todos tenemos, como nadie el sentido de Estado que tanto hace falta hoy día. Y en estos momentos, ante el inicio de una campaña política y electoralista, figuras como ésta, ya se echan en falta. Sí, enterramos muy bien en este país, pero hace falta morirse para dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.