Resurrección

Javier Cudeiro TRIBUNA

OPINIÓN

26 abr 2019 . Actualizado a las 10:48 h.

En nuestra existencia las marcas del tiempo cobran especial relevancia. Tenemos testimonio fehaciente de cuándo nacemos y también en el momento de fallecer. La muerte cerebral sobreviene cuando el tejido nervioso deja de recibir aporte sanguíneo que le proporciona el oxígeno y los nutrientes necesarios para funcionar. En esas circunstancias las células del cerebro paralizan su actividad, pierden su estructura y su función normal, y mueren. La ciencia nos dice que ese proceso es irreversible y ocurre en pocos minutos. Es un fenómeno de extraordinaria importancia porque permite establecer el momento de la muerte y determina un punto de referencia para la utilización de órganos para los trasplantes.

Recientemente unos investigadores de la Universidad de Yale, en EE.UU., han introducido unos datos muy inquietantes en la, hasta ahora, firme ecuación de la muerte cerebral. El experimento puede resultar un tanto tétrico. Cójanse más de treinta cabezas de cerdo de un matadero (repito, solo las cabezas) y, a las cuatro horas de la decapitación, perfúndanse los cerebros con un fluido especial que sustituye a la sangre, es nutriente y a la vez protector celular, y compárese lo que le ocurre a ese tejido nervioso con otros cerebros de cerdo que siguieron su muerte habitual. La gran sorpresa es que las células nerviosas tratadas con el fluido protector mantienen su estructura, vuelven a consumir oxígeno y tienen actividad. De alguna forma han resucitado. Repito, esto ha ocurrido cuatro horas después de la decapitación, no cuatro minutos. ¿Han vuelto esos cerebros a la vida? De momento (y creo que afortunadamente), no. Y es así porque no se ha registrado una actividad eléctrica coherente que relacione las distintas partes el cerebro entre sí y que pueda decirse que es la actividad de un cerebro capaz de producir un estado consciente. ¡Pero amigo, las células individuales están vivas y se pueden mantener así durante horas! ¿Será solo cuestión de tiempo y mejoría de la técnica que esos cerebros, esas cabezas decapitadas, puedan ver praderas verdes y hacer oink, oink? Visto lo visto, nadie puede afirmar que no, solo que parece lejano, pero ya no imposible.

Los investigadores creen que el avance es tremendamente prometedor. Los estudios futuros que utilicen tejido cerebral mejor conservado podrían descubrir nuevas formas de promover la recuperación cerebral después de la pérdida temporal del flujo sanguíneo a través de un ataque cardíaco o un derrame cerebral. Otra posible aplicación es la capacidad de comprender mejor las lesiones cerebrales y cómo contrarrestarlas. La tecnología también podría usarse para comprender cómo un fármaco experimental interactúa con el cerebro antes de los ensayos clínicos. La trascendencia de este hallazgo puede ser extraordinaria; la reflexión y el debate ético están servidos y, sin duda, son muy necesarios. ¡Ver para creer!