Regalar no es gobernar

OPINIÓN

Ricardo Rubio - Europa Press

25 abr 2019 . Actualizado a las 07:36 h.

Si España se describe como una emergencia social, y como tal se gobierna, el fracaso parece inevitable. Pero si se describe y gobierna como un país avanzado y próspero, las posibilidades de resolver los problemas y desigualdades son muy elevadas, y todo indica que, como hemos hecho hasta ahora, seguiremos mejorando y escalando posiciones. Creo que Sánchez e Iglesias ya han caído en la franciscana tentación de rescatarnos de la miseria. Y por eso nos conviene evitar que arrastren a todos los demás hacia la misma trampa.

Cuando Richard Gere invita a cenar a Julia Roberts no lo hace para quitarle el hambre con un bocata de panceta y un vaso de gaseosa, sino para ofrecerle un universo de belleza y placer en el que -desde el traslado en limusina hasta la decoración del restaurante- todo prejuzga una velada romántica. Es cierto que hay ocasiones en las que la gente necesita comer, y no veladas románticas, y que en ese supuesto el bocata y el agua se hacen prioritarios. Pero es muy natural que, a medida que se resuelven las necesidades primarias, el hecho de comer va perdiendo importancia, mientras la idea de compartir conversación orienta nuestro comportamiento. Haciendo de este hecho una metáfora, cabe afirmar que, mientras algunos países necesitan comida, y asegurar su reparto, las democracias más avanzadas se distinguen por la forma de vivir, y por el hecho de complementar con tranquilidad, salud y estética el menú que podemos elegir. Y por eso vemos a diario como se van cerrando tabernas y chiringuitos, mientras nos inundan los espacios gastronómicos pensados para relacionarnos y aumentar las sensaciones que se generan en torno a la necesidad de comer.

Por eso me extraña que nuestra democracia, asentada en uno de los países más agradables y sanos del mundo, siga basando su oferta política en la idea de «regalarnos» cosas y paraísos que en buena medida ya tenemos -pensiones, alimentos, hospitales, escuelas, comunicaciones y rentas de igualación-, mientras se olvida el mayor déficit que tiene España es de buen gobierno, o de una forma de vivir que, complementando el placer y el trabajo con la educación de los hijos, la sostenibilidad de las políticas sociales, la seguridad de los bienes y las personas, y los alicientes para que todos los ciudadanos contribuyamos al bien común, nos facilitan la forma y los recursos para erradicar las desigualdades y proyectos fallidos que empañan el cuadro general.

Los dos debates que acabamos de sufrir pusieron en evidencia que la idea del buen gobierno, que sería comprensible para la inmensa mayoría de los ciudadanos, ha desaparecido de la oferta política, y que las promesas están enfocadas hacia la resolución de problemas que, descritos como la esencia de una sociedad depauperada, confunden el gobierno con los Reyes Magos, olvidando que el socorro social solo deja de ser necesario cuando un país bien gobernado exige y paga con gusto los procesos de igualdad y justicia que forman parte de su ambiente natural.