Un punto clave de nuestra memoria e identidad

Begoña Fernández TRIBUNA

OPINIÓN

Pilar Canicoba

17 abr 2019 . Actualizado a las 11:27 h.

El lunes por la tarde nos conmocionamos con las imágenes de Notre Dame devorada por las llamas, vivimos con esperanza momentos de incertidumbre por la supervivencia de una arquitectura que es mucho más que eso, es un monumento en sentido pleno. Es este carácter monumental el que convierte a la catedral levantada sobre la isla del Sena, entre 1160 y 1345, en referente obligado para la humanidad, tal y como reconoce la Unesco con la declaración como Patrimonio de la Humanidad (Riberas del Sena de París, 1991).

Para que los monumentos adquieran la condición de históricos es preciso que exista una distancia con ellos, que se produzca una mirada sobre el pasado como un tiempo diferente del actual, y esto es lo que sucede en la catedral de Notre Dame de París, protagonista y testigo de una buena parte de la historia de Francia y, por extensión, de la de Europa occidental.

Cuando la contemplamos, gracias a su carácter simbólico, revivimos nuestra memoria e identidad como ciudadanos. Valor que el monumento mantiene y redefine con las continuas transformaciones de las que la catedral parisina ha sido testigo.

Notre Dame es una catedral gótica que sufrió importantes cambios en el tiempo. Así, la primera intervención destacada es la que coincide con el nacimiento de Luis XIV, obras que se prolongan hasta entrado el siglo XVIII, en el que se realiza la reforma barroca de su interior.

Con la Revolución francesa (1789) la catedral sufre una ola de vandalismo y destrucción que afectó tanto a las esculturas como a la aguja medieval del crucero. Destrucciones que coinciden con la pérdida de su culto cristiano y su conversión en templo de la Razón, culto que recobra Napoleón en 1802, quien también escogerá el espacio de la catedral para su ceremonia de coronación como emperador (1804).

En el siglo XIX la catedral parisina, tras la publicación de la obra de Víctor Hugo Nuestra Señora de París (1831), empieza a ser el marco de restauraciones. En el proyecto, que se aprueba en 1845 y se prolonga hasta 1864, trabajará Viollet le Duc, que será el arquitecto responsable de las obras, quien impulsará la gran transformación de la catedral francesa y la convertirá en la que hoy conocemos. Proyecto que coincide con el saneamiento urbano de la ciudad, obra que libera a la catedral de trama urbana medieval.

Pero si el siglo XIX fue convulso, el XX también tendrá a Notre Dame como protagonista. Así durante las dos guerras mundiales, la catedral sobrevivió a los avatares de las contiendas, a pesar de las bombas incendiarias que cayeron en su interior en la Gran Guerra.

En la tarde del lunes se ha escrito un nuevo capítulo de su historia, como consecuencia de las obras de restauración un incendio ha destruido parte de su cubierta, de elementos que nos ponen en relación con su pasado, pero para nada se ha alterado su carácter de símbolo, de elemento de nuestra historia, de nuestro pensamiento y de lo que es más importante, de punto clave de una memoria que se sigue atesorando en sus hoy calcinados muros.