Madariaga y liberalismo

Luis Grandal PERIODISTA Y PROFESOR DE PERIODISMO INTERNACIONAL EN LA UNIVERSIDAD CARLOS III

OPINIÓN

04 abr 2019 . Actualizado a las 18:43 h.

Si hay algún país en el mundo que se haya identificado con las ansias por la libertad ese es España. «La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida», decía Don Quijote a Sancho.

Ahora que por fin se está desmontando, lenta pero concienzudamente, la leyenda negra sobre España, conviene recordar que la palabra liberal y liberalismo son aportaciones españolas al lenguaje universal. Fueron los pensadores dominicos y jesuitas de la Escuela de Salamanca en los siglos XVI y XVII quienes impulsaron este pensamiento. Pero los ingleses -siempre muy dados a hacer suyo lo que no les pertenece y a endilgar a otros propaganda falsa e impertinente- atribuyen a John Locke (1632-1704) la paternidad del liberalismo clásico. Sin embargo, fue la Escuela de Salamanca la que influyó en la constitución americana (1787), que a su vez bebió de la Fundamental Orders de Connecticut (1639), influida por el clérigo puritano Thomas Hooker, quien se había inspirado en las tesis de Francisco Suárez (1548-1617). Y la Constitución española de 1812 es uno de los principales textos liberales de la historia.

Comparto con Lourenzo Fernández Prieto su aportación en estas páginas sobre Salvador de Madariaga como prominente liberal, y la recuperación de su pensamiento. Vino al mundo en el número 12 de la calle Orzán de la capital herculina. Y en esta ciudad ha dejado su fondo documental, una herencia que abre a los estudiosos nacionales y extranjeros su obra. Perteneció a la generación de 1914, la de los también insignes liberales Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Sin el liberalismo, el mundo no tendría reconocidos los derechos básicos de expresión, reunión, asociación y manifestación, además del derecho a la propiedad. Liberalismo es antagónico del populismo y del nacionalismo excluyente. De los totalitarismos. Como lo es también del exceso y abusos del Estado frente al individuo. Hoy, sin embargo, muchos socialdemócratas y conservadores se auto agregan la coletilla «liberal». Porque queda bien. Pero no es eso; no es eso, como diría Ortega cuando calificó a la II República.

Descubrí a Madariaga en mi juventud leyendo sus memorias Amanecer sin mediodía y su España. Años después me sorprendió gratamente en un viaje que hice al Parlamento europeo de Estrasburgo, cuando España se acababa de incorporar a la UE, contemplar su busto esculpido al lado de otros insignes europeístas como Shumann, Adenauer, Erhardt, Monet o de Gasperi. Era el único español ilustre reconocido en aquel santuario donde las lenguas se confundían. Hoy, Madariaga, como entonces, diría que la solución para los europeos pasa por más Europa porque no hay mejor alternativa. Alguien le calificó con altura de miras porque era de origen gallego, de raíz española, de vocación europea y curioso viajero de lo universal.