La memoria familiar 80 años después

OPINIÓN

01 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Henrique Barreiro, mi abuelo paterno, tenía, en 1936, cinco hijos (la abuela Estrela ya había fallecido). Los dos mayores, Manuel (mi padre) y David, que residían en Forcarei, fueron movilizados por el bando nacional. A muy poca distancia vivían Evaristo Rivas y Dolores Gulías, mis abuelos maternos, que también tenían cinco hijos. Los dos mayores, Manuel y Emilio, emigrantes en Bilbao, fueron movilizados, en cambio, por el ejército republicano. Cuando yo era pequeño, la gente de Forcarei aún contaba bastantes cosas de la guerra, porque muchas familias -como la mía- tuvieron sus hijos -a veces hermanos- en los dos lados del conflicto. Y, para explicarnos por qué, siempre utilizaban el verbo tocar, como una lotería: «A papá -decía mi madre- tocoulle no lado de acá; e aos meus irmáns tocoulles do lado de alá». Una forma de expresarse que antes consideraba teñida de ignorancia, y que ahora tengo por una genialidad histórica, que convierte en pura trapallada la narrativa oficialista y maniquea de la Guerra Civil. 

Los mayores de ambas familias regresaron vivos, tuvieron casas vecinas, llegaron a viejos, y descansan en el cementerio de Forcarei. De mi padre sé que estuvo en los frentes de Oviedo y de Alfambra-Teruel, donde fue herido a principios de 1938. Fue licenciado en 1940. Del tío Manuel, que era muy reservado, solo sé que estaba en Guernika el día del bombardeo, y que después fue capturado. Estuvo preso en Santoña y Madrid, y fue liberado -porque mi abuela «fue a hablar con una señora muy influyente»- en 1940. Desde 1944, cuando mis padres se casaron, fueron cuñados. Los dos menores, en cambio, murieron en sus respectivos frentes, y no sabemos casi nada de ellos. Parece que Emilio tenía alguna graduación en el ejército republicano (mi madre lo iba ascendiendo cada año, a medida que lo mitificaba). Y, según me contó el tío Manuel, huyó en un pesquero, tras la caída de Bilbao, con destino a Santander, a donde había enviado a su esposa e hijas. «Non teño probas -añadió-, pero sei que o barco foi ametrallado no mar pola Mariña de Franco». Y nos consta también que, a mediados de los 40, murieron, por enfermedades mal atendidas, su mujer y sus hijas.

Del tío David sabemos que murió en el frente de Peñarroya (Córdoba), alrededor del 25 de marzo de 1939, cuando ya se estaba redactando el último parte de guerra que se emitió hace hoy 80 años. La noticia llegó a Forcarei por la carta de un vecino. Después, para saber algo oficialmente, mi padre le escribió al coronel de su regimiento, que en carta manuscrita le confirmó que David «había caído», con el frente ya callado, por un obús perdido de la artillería republicana, y que había sido enterrado en el propio campo de operaciones. En realidad, de los dos menores solo sabemos que uno alimentó los peces del Cantábrico, y otro abonó los trigos de Peñarroya.

Esta es, «mi memoria histórica». Y por eso -porque no me queda nada por saber- no dejo que nadie me explique lo que fue -y siempre será- una guerra civil.