La política ya es una serie de televisión

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

02 abr 2019 . Actualizado a las 22:06 h.

Aunque a algunos les cueste creerlo, hubo un tiempo en el que las campañas electorales consistían en que un partido exponía su programa, hacía promesas -falsas en muchos casos, en eso no hemos cambiado-, defendía sus ideas políticas y ponía a parir las del rival. Los ciudadanos sabíamos a qué atenernos, porque las fuerzas políticas exhibían sus siglas y su pasado con orgullo. Celebrados los comicios, si ninguno disponía de mayoría absoluta, se empezaban a negociar los pactos y se acababa formando una mayoría parlamentaria y un gobierno.

Hoy, todo eso son reliquias del pasado. Ahora se trata de empezar la casa por el tejado. Antes de que comience la campaña y de que se presenten los programas, el debate se centra solo en los pactos poselectorales. Y, en lugar de una confrontación de ideas y propuestas, la campaña es un juego táctico de artimañas para despistar al votante, descolocar al rival, arriesgar lo mínimo y convertir el candidato en una marioneta al servicio de unos estrategas que, en muchos casos, ni siquiera son militantes, sino simples mercenarios.

Asesores y directores de campaña los ha habido siempre. Pero los actuales gurús y spin doctors de los partidos tienen un empacho de series de televisión que les lleva a reducir todo a un puro espectáculo en el que los principios y el líder son lo de menos, porque son ellos los que mandan, urdiendo oscuras y complejas estrategias, diseñando escenarios teatrales, ocultando sus siglas, diciendo lo contrario a lo que han dicho hasta hace dos días y tomando a los ciudadanos por imbéciles manipulables. Cuánto daño han hecho House of Cards, El ala oeste de la Casa Blanca, Borgen y hasta Juego de Tronos. Hoy, si eres un estratega y no citas a Maquiavelo a la primera, eres un pringado. Todo vale para llegar al poder y los medios para ello son lo de menos.

A Pedro Sánchez, por ejemplo, lo vimos primero en su versión con gran banderón de España de fondo y luego reconvertido en candidato descorbatado, populista y transgresor. Ahora, Iván Redondo nos lo presenta con trajes exquisitamente cortados, despliegue torrencial de enseñas nacionales y aires de gran estadista que habla de «la España autonómica» y olvida lo de la «nación de naciones». En Ciudadanos, el otrora progresista y liberal Albert Rivera se transmuta en la derecha dura por puro cálculo, asustado por el empuje de Vox, que a su vez coincide con Podemos en la ridícula estrategia de atacar a los medios y el sistema, creyendo que España es lo mismo que la América profunda que dio el triunfo a Donald Trump con esa táctica. Y a Pablo Casado, algún lumbrera le ha dicho que la mejor forma de crecer es avergonzarse y renegar del pasado reciente del PP y recuperar al troglodítico Aznar, olvidando que fueron Rajoy y Feijoo, con sus discursos centristas y moderados, los que obtuvieron las mayorías absolutas más aplastantes del PP.

Los partidos están en manos de aprendices de brujo que no ven ciudadanos, sino solo gráficos y encuestas. Pero ni son tan listos como creen, ni los españoles tan estúpidos como suponen.