Programa Sánchez, segunda parte: los silencios. A su cabeza, Cataluña. Es el primer problema nacional, pero el presidente pensó que son las brasas de un incendio y decidió no pisarlas. Es decir, decidió no quemarse ni poner una cerilla en medio de la felicidad que estaba prometiendo. Lo máximo que hizo fue defender el sistema autonómico como «garantía de convivencia», que, con algo de imaginación y buena voluntad, se podría entender como un mensaje a los independentistas que consideran superada, antigua, obsoleta, trasnochada y amortizada la etapa de las autonomías.
Cabe otra posibilidad: el señor Sánchez, como la mayoría de la gente, no tiene ni idea de qué ofrecer a Cataluña en su propaganda electoral. No es cuestión de volver a meterse en el nido de velutinas de la plurinacionalidad, ni de repetir que la solución está en votar más autogobierno, y, ante ello, el silencio es un buen arma defensiva. Y tampoco es cuestión de regalar a la derecha el argumento catalán que es, en el fondo, el que da más cohesión a Ciudadanos, Vox y el Partido Popular y el que estos partidos están agitando, aunque tengan que pedir el voto en Ciudad Real o Bollullos del Condado.
Esta ausencia revela muy bien cuál es la estrategia de Sánchez y las encuestas demuestran que es buena. Punto primero, como diría Rajoy, no meterse en líos. Punto segundo, no provocar debates que le puedan perjudicar. Punto tercero, andar por donde no andan los demás, que es la política social. Y punto cuarto, hablar mucho, con dulces palabras, pero procurando no cometer ningún error. Estamos en fechas donde los aciertos no encuentran fácil premio, pero los errores se pagan caros y de forma inmediata. En boca cerrada sobre Cataluña no entran moscas de analistas. No se critica lo que no se dice.
Y dicho eso, ¡qué pena de país! Tenemos planteado un problema histórico que afecta nada menos que a la integridad territorial del Reino. Cataluña representa casi el 20 % de la riqueza nacional. Cada día se agita con declaraciones como la del socialista Miquel Iceta cuando le preguntan qué debería pasar si el 65 % de la población vota opciones independentistas. La aspiración de la derecha es reunir los senadores necesarios para volver a aplicar el artículo 155 de forma contundente y por tiempo indefinido. ¿Y ese asunto no se llevará a la campaña electoral? ¿No lo llevará siquiera el hombre que, según las encuestas, está en mejores condiciones de gobernar? Si es así, y así lo parece por pura estrategia de diseño, tenemos un problema añadido. Ese problema se llama, simplemente, hurto. Hurto de un imprescindible derecho a debatir. Y hurto de otro derecho todavía mayor: el de elegir la mejor opción.