De cuando don Álvaro volvió a su casa

OPINIÓN

10 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

?Si bien es cierto que todo Mondoñedo es un museo cunqueiriano y que hasta la lluvia es callada para no molestar al silencio

Esperó 38 años durmiendo fuera, como llamaba a la muerte Noriega Varela, viendo pasar desde la humilde tumba del viejo cementerio jardín, las mil primaveras aguardadas, viendo el galope sereno de la santa compaña, mientras hacía tertulia nocturna con Pascual Veiga, con Lence Santar y con el Pallarego, mientras reescribía relatos orales con Felipe de Amancia, e inventaba prólogos múltiples para múltiples novelas evidentemente inacabadas. Pero en estos días de aniversario Don Álvaro volvió a su casa, y en la plaza brotó un museo. La vieja casa de su hermana Carmiña, que para él fue casa de acogida cuando Mondoñedo entero fue su hogar, abrió las puertas de par en par, proclamando al mundo un pasen y vean para reinaugurar un edificio de los prodigios donde habita la magia antigua de don Álvaro.

Si bien es cierto que todo Mondoñedo es un museo cunqueiriano y que hasta la lluvia es callada para no molestar al silencio, con esta primavera de anticipos, la casa que al norte limita con el rosetón catedralicio que Otero Pedrayo definió como una rosa submarina de piedra labrada, al norte, digo, de la fachada está majestuosa la catedral que preside un san Rosendo inventor en el siglo X, de Galicia.

La vieja seo del obispo Guevara entra en la sala de la casa museo según abres las ventanas ,y donde se escucha la voz de don Álvaro a quien quiere oírla a través claro esta, de la niebla. El último día del año que concluyó con diciembre, tuve el placer de visitarla junto con amigos mindonienses muy queridos, Martín Vizoso, mi mujer y la alcaldesa Candia que gentilmente nos franqueó al pequeño grupo las puertas del museo. Y tengo y debo decir, que en la visita también nos acompañó don Álvaro, acaso solo yo lo percibí, y noté como se alegraba al verme después de tanto tiempo. Me enseñó las dependencias prestando interés al llegar al fayado, deteniéndose a contarme cómo y dónde escribía, e incluso indicándome la entrada oculta y que nadie puede ver que situada en el bosque de Silva o quizás en la selva de Esmelle, podía trasladarnos a los sótanos del romano castillo de Sant Angelo, o al bazar las especies de Bagdad en un abrir y cerrar de ojos. Le prometí no desvelar el secreto.

Ya pronto volverá a cantar el cuco, en un ángelus, en un hosanna que decretará el fin del invierno, y la primavera sembrará de folios el suelo del cuarto donde don Álvaro soñaba fantasías, la pequeña cama sigue donde siempre estuvo, ahora la ocupan por turnos el señor sochantre de Pontivy, Felipe de Amancia que como don Álvaro nació allí mismo mientras ejercía de paje del mago Merlín, don Leonís, Paulos y que sé yo. Los vi a todos y fui saludándolos por riguroso turno. Fue entonces cuando fui consciente que don Álvaro Cunqueiro y Montenegro había vuelto definitivamente a su ciudad. El mediodía con su luz de invierno inundó aquel domingo de fin de año, toda la plaza de la catedral. Don Álvaro había por fin regresado.