La epopeya feminista un día después

OPINIÓN

09 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El gran sentido de la fiesta del que presumimos los españoles ya nos ha jugado algunas malas pasadas. Queríamos ser los dueños de la noche europea, y acabamos inundados de botellones y cocaína. Queríamos internacionalizar las fiestas más populares, y ya somos primera potencia en tomatinas, sanfermines de manada y borrachera, duchas de vino tinto y festivales playeros de estética abstracta y dudosa finalidad. Queríamos mostrar nuestra imbatible modernidad en la axiología LGTBI, y nos hemos quedado con el negocio fiestero del barrio de Chueca, en el que todos los valores que se dicen defender quedan ahogados en una exhibición hortera, rancia y antiestética que sólo se justifica por el negocio que genera.

Ahora también hemos decidido ganar la champions de la lucha contra la opresión patriarcal heterocrática y capitalista de la mujer; contra la discriminación legal y laboral impuesta por el machismo privilegiado de los banqueros, los empresarios y los curas; y contra los políticos mercenarios que se niegan a admitir que los hábitos sociales y las estructuras productivas que aún resisten el pensamiento único del feminismo 5G se pueden borrar de un plumazo desde el BOE, nuevo y extraño dios de todas las revoluciones. Por eso me temo que de aquí a que el Día de la Mujer acabe siendo un festival callejero -en el que los hombres harán grandes negocios- sólo nos falta el canto de un euro.

Los pasos esenciales están dados. Lo que era un movimiento social reivindicativo y rupturista se ha convertido en una fiesta oficial auspiciada por el Gobierno, las instituciones educativas, las empresas de comunicación, los influencers mejor instalados en el statu quo, los tertulianos y los líderes políticos -sean casta o populistas- que han oteado un gran negocio electoral. Carmen Calvo ya es la Simone de Beauvoir, estilo celtibérico, que conduce y enardece las masas. También tenemos un pensamiento único que -basado en ideas tan claras y potentes como ‘somos la mitad’, ‘ahora sí’, o ‘sin nosotras se para el mundo’-, introduce en la agenda política los discursos más extremos, las informaciones y teorías más endebles, y los objetivos más improvisados del ya ocurrente panorama político mundial. E incluso hemos logrado que, al ser una huelga o protesta en la que todos estamos del mismo lado, el Día de la Mujer haya iniciado su proceso de inexorable reconversión en una fiesta nacional -¡abajo el 12 de octubre!-, con carrozas, paradas militares, recepción del rey, procesiones, conferencias, bailes y fútbol. Todo… ¡menos toros!

Lo malo es que este follón se está sustantivando en una serie de medidas legislativas y políticas improvisadas en caliente, y redactadas a la medida de una dialéctica de confrontación que todo lo invade y degenera, que empieza a descoyuntar y producir osteoporosis en el esqueleto social. Por eso debemos pedir a Dios que, en vez de dar el gran salto de altura y longitud que estamos preparando -todo junto-, no acabemos en una silla de ruedas.