José Pinto, concursante

OPINIÓN

03 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Tenía José Pinto una doble vida difícil de conciliar. Algunos días, en la tranquilidad de su pueblo, ejercía de ganadero pendiente de su medio centenar de vacas. Otros días, encomendaba su ganado al alcalde y se dirigía a la ciudad para transformarse en una de esas estrellas de la tele a las que se admira de verdad. Nada de la ciencia, el arte o la historia le era ajeno y jamás perdía la sonrisa. A fuerza de acertar preguntas aquí y allá, en una época en la sobremesa de La 2, últimamente en las tardes de Antena 3, José se fue metiendo en los hogares y batió récords como un corredor de fondo de los concursos. Ahora que en muchos programas no hay más límite de permanencia que el de seguir dando la respuesta correcta, el espectador acaba por familiarizarse con los buenos participantes y llamarlos por su nombre. Y eso hace de la condición de concursante una sacrificada ocupación que, más allá de los ceros que suma el bote, entraña nervios, sacrificios familiares y laborales y grabaciones maratonianas.

Todo simpatía y perseverancia, José estaba contentó de haber dejado atrás en diciembre Los Lobos y las bombas de ¡Boom! y de volver a tener un solo trabajo, su verdadero trabajo. Pero el pasado miércoles tuvo que confiarle de nuevo sus vacas al alcalde. La vida le cortó el cable equivocado.