Cuando se vio sin respuesta, la llamó chacha. Qué estrechez en su mente ancha creer que los cuidados son una labor degradante. Al final, lo entiendes. Era el miedo. Porque Carmela hablaba. Y tenía argumentos. A Carmen todavía le preguntan en los actos políticos si es la secretaria del cargo al que acompaña. Hay cabezas en las que no cabe que una mujer joven pueda tener opiniones. Y un puesto de responsabilidad en una administración política.
La frase todavía resuena en los pasillos. Una mañana cualquiera de hemiciclo, Ana tuvo que soportar que la llamasen necesitada. Ay, las grandes mentes, que intimidadas por una mujer con opiniones no pueden procesar que solas podemos estar completas. Que no necesitamos a ningún hombre para estar satisfechas.
Qué vas a hablar tú de esto, que solo sabes lo que te enseñaron en la escuela, le espetó un señor a una joven en una de esas edificantes tertulias mañaneras. Se había quedado muy ufano menoscabando con un comentario sobre su edad la opinión de su compañera. Con lo que no contaba esa gran cabeza es con que la mujer tuviese que aclararle que bueno, que sabía de lo que hablaba porque es historiadora.
Contra todo, sobre todo, a pesar de todo, las que opinan. Peligrosas, levantando la voz, deshaciéndose de las mordazas y diciendo lo que piensan. La cita es este fin de semana en Pontevedra.