Triste fin del secesionismo y Podemos

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

01 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El sainete por entregas que nos está ofreciendo Podemos con su duelo a lo Pimpinela entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón alcanza ya tal grado de comedia grotesca que está dejando en segundo plano el otro gran espectáculo melodramático y de navajeo político que se desarrolla en las filas independentistas cuando estamos a las puertas del juicio del procés. El retorno a la actualidad de Oriol Junqueras, inventor de la vía mística a la secesión, promete grandes tardes de almibarados sermones pacifistas y afirmaciones de fe cristiana como rocambolescos argumentos para zafarse de la acusación de perpetrar un golpe de Estado mediante el delito de rebelión. Pero de momento, y antes de sentarse en el banquillo, el holograma de fray Junqueras ya nos ha regalado frases para la historia. Para la historia del ridículo, quiero decir.

El modesto líder de ERC no encuentra referentes a su altura en los últimos 2.000 años de anales políticos. Y, por eso, no ha dudado en compararse con Sócrates, Séneca y Cicerón para describir su heroico comportamiento y atacar a Puigdemont. Junqueras se equipara al filósofo griego y los dos pensadores romanos porque, según afirma, como él, «tuvieron la posibilidad de huir y no lo hicieron», aunque lo cierto es que sus patrañas y sus bufonescos argumentos le asemejen más bien al shakespeariano Falstaff. Y Puigdemont, el William Wallace catalán, cuya hazaña fue escapar escondido en un maletero, le contesta desde su palacete de Waterloo diciendo que tendrá «paciencia» hasta que haya sentencia, pero luego acabará con la leyenda del Junqueras que entrega su cabeza por la causa. La épica del independentismo de cartón piedra y el mito de «un solo pueblo» catalán, con reminiscencias de aquel ein volk alemán de infausto recuerdo, amenaza así con devenir en una representación de La venganza de Don Mendo.

Pero si patética está resultando la encarnizada lucha entre dos pícaros como Junqueras y Puigdemont por hacerse con el relato de una inexistente epopeya independentista catalana, no menos grotesca y salpicada de puñaladas traperas es la batalla que libran Pablo Iglesias e Íñigo Errejón por hacerse con los restos del naufragio de Podemos, partido que en un acto casi poético nació a lomos de Hugo Chávez y muere justo cuando Maduro agoniza. Errejón pretende hacer pasar por un acto de grandeza política y de enorme generosidad su pacto de las empanadillas con Manuela Carmena, fraguado a espaldas de su formación y sin otro objetivo que vengar la humillación a la que les sometió previamente Pablo Iglesias. Y el secretario general, ese Humpty Dumpty maestro en el arte de que las palabras signifiquen lo que él quiera, les dice a los suyos que Carmena «ya no es lo que fue» y que «Íñigo, a pesar de todo, no es un traidor». Y es en ese malvado «a pesar de todo» en donde está precisamente la acusación de perfidia. El cielo se toma por asalto y la república se conquista con sacrificio, pero los restos de Podemos y del independentismo catalán se disputan a navajazo limpio. Triste fin para ambas causas.