¿Crecerá la hierba tras el «brexit»

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

HENRY NICHOLLS

16 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El brexit ha sido para la UE la gran sacudida desde los años de su fundación. La incredulidad y la negación tras la bofetada infligida por los británicos aquel 23 de junio del 2016 al proyecto político europeo dieron paso al duelo y las críticas de Bruselas, que hoy espera resignada el bocinazo final a este dramático divorcio.

Aunque el proceso ya ha desgarrado para siempre las entrañas de la UE, es pronto para anticipar la magnitud del seísmo. Los cálculos basculan en función de quién encargue el estudio. De lo que no hay duda es de que la sociedad británica y su magullada primera ministra, Theresa May, sufrirán en carne viva los cálculos erróneos, las mentiras, las traiciones y las ambiciones de sus Cameron, Farage y Johnson. Pero, ¿qué pasará al otro lado del Canal de la Mancha?

Expertos de todos los colores, europopulistas y funcionarios a sueldo se han empeñado en agitar desde la capital comunitaria la bandera del brexit, no sin razón, como paradigma del apocalipsis que les espera a los británicos fuera de los muros protectores que ofrece el mercado único. Pero casi nadie ha reparado en el gélido futuro político que le depara a la UE, reducida hoy a un simple bazar donde las normas y facturas se escriben y se escribirán en alemán. El tiempo que dure.

No hay ni ha habido rastro alguno de autocrítica para purgar los errores de los eurócratas, convertidos en artillería por los detractores de la UE. Ni ingenio o valentía para poner a los Veintisiete de nuevo en ruta. ¿Qué importa si el Reino Unido se va o se queda, si los británicos acuden o no a votar en un segundo referendo, si no hay un proyecto europeo fuerte y coherente para sobrevivir el día después? Hoy puede ser el Reino Unido, mañana Francia o Italia. Bruselas acusa a los políticos populistas, gobiernos rebeldes y entes extranjeros de desestabilizar a la UE. Insiste en hacer promesas para frenar la deslocalización industrial, para lograr una mayor justicia social o poner freno a las ventajas, legales e ilegales, de las multinacionales. Pero, ¿cómo pretende convencer a sus ciudadanos si agacha la cabeza cuando alguna cancillería levanta el teléfono? ¿Qué credibilidad puede tener el Ejecutivo europeo si un día lleva a Hungría ante la justicia por rebelarse contra la acogida obligatoria de refugiados y al otro anuncia que «la solidaridad debe ser voluntaria»?

A menudo comete el error de colgar la etiqueta de «eurófobos» a cualquier eurocrítico que cuestiona legítimamente la arquitectura, eficacia y reparto de poderes en la UE. De meter en el mismo saco a chalecos amarillos y votantes del Frente Nacional, de confundir la razonable indignación social con una conspiración antieuropea y de autoasignarse el éxito del mantenimiento de la paz en el continente con un proyecto político que otros y otras ayudaron a forjar.

Para conseguir que la hierba crezca tras el brexit, las instituciones de la UE tendrán que apostar con valentía por la transparencia, la rendición de cuentas y las políticas sociales, desterrando los vicios y los excesos heredados del pasado.