La política española: días de furia

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Villar López | efe

04 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La democracia es la única forma civilizada de resolver los conflictos que inevitablemente definen la vida de las sociedades pluralistas. ¿Por que? Porque la democracia parte de que el pluralismo no es un mal a erradicar sino un bien a preservar. Lo que no quiere decir, claro, que el grado de pluralismo que una sociedad logra administrar pacíficamente pueda ser ilimitado.

De hecho, según lo prueba la historia, no lo es. El desquiciado pluralismo de entreguerras, cuando grandes avances políticos, sociales y económicos chocaron de frente con una coalición de fuerzas reaccionarias que rechazaban los fundamentos mismos de las sociedades liberales, acabó en una hecatombe: primero los fascismos y luego una guerra de barbarie nunca antes conocida. Después se restauró la democracia y Occidente vivió un período de oro en el que se consolidaron muchas de las conquistas de la modernidad. Pero una combinación letal de hartazgo político, conflicto económico, deshilachamiento social y crisis cultural condujo en el cambio de centuria a la aparición de los grandes enemigos del siglo XXI: el populismo y los nacionalismos. Una reaparición, en realidad.

España, por más que algunos creyeran al principio lo contrario, no se ha salvado de la quema y aquí está ya para quien tuviera dudas el gran retroceso que ha supuesto la sustitución de un sistema de partidos que, pese a sus excrecencias (la corrupción de forma destacada), generó durante treinta y tantos años estabilidad por otro dominado por la ingobernabilidad y la ruptura de los grandes consensos que evitan que el pluralismo acabe en una guerra de todos contra todos.

Y es en esa guerra, justamente, en la que estamos. Un PSOE radicalizado hacia la izquierda para acercarse a Podemos -que reniega del gran pacto constitucional- y a los nacionalismos periféricos, obsesionados con destruir la unidad del país y sustituir la ciudadanía que nos iguala y cohesiona por identidades que nos enfrentarían. Un PP radicalizado hacia la derecha y el nacionalismo español (¡celebrando a estas alturas la toma de Granada!) para competir con Vox, cuya primera loca exigencia tras hacerse fuerza parlamentaria ha consistido en no aplicar las medidas contra la violencia de género aprobadas por la gran mayoría del Congreso. Y, entre ambos, Ciudadanos, que, con la intención de pescar por su derecha y por su izquierda, un día es chicha y otro limoná.

Ha sido así como los populismos extremistas (Podemos y Vox) y los nacionalismos regionales, con el secesionismo insurrecto catalán a la cabeza, han conseguido dominar la agenda política española y convertir nuestro sistema democrático en una furiosa batalla cotidiana donde mandan el oportunismo ideológico, el desbarajuste político y la demagogia económica. Y donde las minorías han sometido a las mayorías hasta ponerlas al servicio de su único proyecto para España: el de cuanto peor, mejor.