De un año para otro

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

29 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

A qué me conduce contar las horas del día, los días de un año, los años de una vida...», gustaba de escribir don Álvaro Cunqueiro cuando los años iban, como ahora, declinando, y escribía un artículo de despedida y otro de saludo al año que amanecía cada 1 de enero.

Sus artículos de Pasan los años constituían una bienvenida, una epifanía, que celebraba en cambio de dígito. Señalaba, como yo lo hago, que hay años de mal agüero y años afortunados, años para casarse y años para peregrinar, años para el sosiego y otros para el desasosiego; y sostenía, como yo sostengo, que el año viejo se va a morir al mar, con el ocaso donde se pone el sol.

Fabulaba, citando a Ossian, el gran poeta inventado que hizo del gaélico un poema fundacional de Irlanda, fabulaba con el gran vate admirado por Byron y por Chateaubriand que los años que nacen habitan en el colo del aire durante doce meses que son faustos o infaustos según vayan las tornas que subrayan los éxitos o los fracasos.

Mantenía don Álvaro que los años pueden nacer en un lobanillo creciente de donde sale, al sajarlo un maestre cirujano con un bisturí afilado, un enano juguetón que nace a la misma hora en la que el calendario cambia, en la última de las doce campanadas, de mes y de año. Pero eso era una cordial boutade del genio mindoniense, que cada 31 de diciembre escuchaba en la distancia las campanadas de la Paula, en la alegre sintonía de un reloj de cuco que alguien le trajo de Basilea.

El cuco era un digno sucesor, que no descendiente, del que cada 3 de mayo, cuando a más tardar, cantaba, cucaba, los primeros maitines silvestres en la añorada selva de Esmelle, que queda al dorso de la casa de su hermana Carmiña, frente por frente de la catedral de la Asunción, casi encima de la farmacia paterna.

Cambiamos de año, y ya va casi un cuarto de siglo enredado en los grandes prodigios, los terrenos y los marinos, los que andan por el cielo y los que corren por el aire, llámense redes sociales o inventos informáticos, capaces de leer al dictado esta crónica y hacerla que salte a las páginas que esta leyendo.

Lo que no ha podido todavía el hombre y su catalogo de inventos ha sido desterrar el dolor, ni el hambre, ni la miseria, ni parar las guerras, ni evitar el mal, ni domeñar la naturaleza para que el terremoto y la galerna calmen su furia destructora.

El año que comienza, el 19, en sus dos últimos dígitos, suma diez u acaba en cero, que es el año del origen del mundo. Empezaremos una época de bienestar y prosperidad, de tierra de pan y de vino, de abrazos y de fraternidad, toda la que cabe en un deseo universal, que yo deseo para todos ustedes y para mi mismo, para que de un año para otro se haga realidad la vieja frase bíblica que establece el anhelo de paz en la tierra para los hombres de buena voluntad.

Ya se nota en el horizonte cómo viene empujando el nuevo año. El año nuevo.