Los asesinos del paisaje

dora vázquez OURENSE (1913-2010). ESCRITORA Y ARTICULISTA.

OPINIÓN

16 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

 Jueves, 3 de octubre de 1985

Hubo una vez un «eslogan» televisivo que venía a decir que cuando un monte se quemaba, algo nuestro también ardía. Se comprende, porque el paisaje es de todos; aunque en múltiples parcelas tenga su dueño, podemos admirarlo cuanto queramos gracias a esa infinidad de carreteras y caminos vecinales que cruzan infinitos puntos. Actualmente el «slogan» es otro, pero viene a decirnos igual: que respetemos el paisaje; que tengamos cuidado con esa cerilla criminal que lanzamos encendida al azar; que no convirtamos nuestra mano, dulce y amable en otras ocasiones, en asesina del paisaje. España arde por los cuatro costados, sin miramientos a los pueblos que el incendio pueda alcanzar. Incendio provocado por mentes carentes de civismo y amor a la naturaleza, morbosas por ver cómo se quema un monte, sin piedad para con las criaturas que perecen entre horribles torturas, e incluso para los humanos. Mentes oscuras, desalmadas, crueles, tal vez materiales o egoístas, quizá gamberras o inconscientes, que lanzan su cerilla por todos los puntos del monte. Un monte no siempre se quema por imprudencia, sino porque con algún fin se le pone fuego a propósito. Tampoco son siempre las chispas encendidas de algún rincón festero las que provocan el incendio, porque a veces surge donde no hay festejos o queda muy alejado de ellos.

El caso es que el fuego masificado se origina y arden hectáreas y hectáreas de montes con sus bosques de pinares y robles y numerosas vidas que le son propias, extinguiendo las especies, poniendo en pie de acción en el peligro a beneméritos cuerpos y vecinos en la tarea de apagarlo, en tanto el asesino del paisaje se refocila divertido, concibiendo ya acaso un nuevo plan encaminado hacia un nuevo punto. Y así los montes arden, y respiramos humo en vez de aire oxigenado y el país se desertiza irremediablemente. Nunca alzaremos lo bastante la voz contra esos asesinos del paisaje, que voluntariamente y a escondidas ocasionan tal desastre. El paisaje es nuestro pulmón, recreo del espíritu y los ojos, produce algún medio de vida con su caza, y es cobijo de infinitos pueblos y viviendas.

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