Solo recuerdo sus pequeños pies

Sofía Vázquez
Sofía Vázquez ESTADO BETA

OPINIÓN

CESAR QUIAN

07 dic 2018 . Actualizado a las 13:18 h.

Me vienen las lágrimas a los ojos cuando pienso en aquel 1 de enero en el Hospital Materno Infantil de A Coruña. Llevaba más de ocho meses de embarazo cuando aquel bebé, mi bebé, que ya tenía nombre, Carlos, dejó de moverse. «Es normal, me decían -e incluso lo había leído- porque ya casi no tiene sitio en tu útero». Sin embargo, fue aquel instinto de madre el que, a primera hora del 1 de enero de 1994, me hizo levantarme de la cama e irme al centro hospitalario. Esperé, me dirigieron a una sala de exploración y me miraron. El joven médico salió de aquella habitación sin decir nada. Y la enfermera que se quedó conmigo tampoco articuló palabra, pese a que yo le preguntaba. Volvió a entrar el médico y me dijo: «El bebé está muerto». Empecé a llorar. Tenía la cabeza aturdida. Me había dado el golpe más horrible de mi vida. Era mi hijo y, aunque no lo había visto, lo había sentido, le había hablado e incluso me había reído con él.

La inmensa tristeza se asentó en el corazón de toda la familia, en especial del padre de la criatura que había fallecido por una fatal vuelta de cordón.

Cuando algo así ocurre, estoy convencida de que nadie en el hospital quiere hacerte daño, aunque sin querer hay mensajes que se te clavan como un cuchillo en las entrañas. Hoy, cuando ya han pasado veintitantos años, aún recuerdo aquel momento en que mi padre pidió, por favor, que no me metieran en una habitación con una mamá que tenía allí su bebé. La solicitud les debió de parecer lógica, porque el celador aparcó en el pasillo la camilla y preguntó. Me llevó a una habitación sola, a la que llegué tras haber dado a luz después de tres días de parto en los que tuve que escuchar alguna frase como «deja de llorar porque no vas a arreglar nada» (nada extraño, porque alguna majadera tenía que haber entre tanta enfermera), y otras como «no te preocupes, el primero abre el camino al segundo. Ya verás como viene prontito». Tenía razón. Justo al año llegó mi segundo hijo, en el mismo hospital en el que me despedí del primero, al que solo le vi las piernas y los pies mientras lo paría. Luego llegó Javi, mi tercer hijo, cuya fecha de nacimiento coincide con la fecha probable de parto de mi primer embarazo. Coincidencias. Este artículo puede ser un primer retazo de un libro que quizá escriba algún día.

Me alegro de que los hospitales gallegos vayan a unificar el protocolo de muerte perinatal en el 2019. El problema es tan antiguo como la vida. Va por él.