Andalucía da una lección a Sánchez

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Javier Lizón | EFE

04 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante mucho tiempo se dijo sin demasiado fundamento que Mariano Rajoy había sido una auténtica fábrica de independentistas por no atender las exigencias del nacionalismo catalán de obtener un estatus que convirtiera a los habitantes de esa comunidad en ciudadanos aún más privilegiados respecto al resto de españoles de lo que ya lo son, y con menos obligaciones en lo que afecta a la solidaridad interterritorial. Ha bastado que Rajoy desapareciera del mapa político y que el socialista Pedro Sánchez llegara a la Moncloa para comprobar que el chantaje al que los independentistas pretenden someter al Estado nada tiene que ver con el color del Gobierno de la nación.

Lo que ha sucedido, por el contrario, es que la investidura de Sánchez como presidente gracias a los votos de los independentistas catalanes y hasta de los herederos de Herri Batasuna, y sobre todo su incomprensible empeño en convertirse no solo en aliado político, sino en defensor de quienes han perpetrado un golpe de Estado en Cataluña, planteando incluso el indulto preventivo, ha destruido la imagen del PSOE como un partido vertebrador de España y de la igualdad de todos sus ciudadanos, y ha generado un movimiento pendular de rechazo a esas concesiones que es el que explica en gran manera el auge de Vox y su espectacular irrupción en el Parlamento andaluz. Desde ese punto de vista, Sánchez y su vergonzante sometimiento al independentismo que, además, lejos de rectificar sigue en sus trece, ha sido una fábrica de radicales de derecha indignados que ahora cuestionan el propio Estado autonómico.

Resulta alucinante que el PSOE no previera que su alianza con el golpismo catalán y con el populismo que cuestiona la Constitución le iba a pasar una enorme factura en el resto de España. Si ese descrédito socialista ha sido capaz de acabar con 40 años de hegemonía en Andalucía, el castigo puede ser aún mayor en territorios en los que el PSOE no cuenta con la formidable red clientelar que había tejido en esa comunidad. Es de un cinismo superlativo que Sánchez inste a Díaz a dimitir diciendo, a través del ministro Ábalos, que «el papel dentro del partido siempre está subordinado al éxito del proyecto político». Él, que nunca ganó unas elecciones y obtuvo el peor resultado del PSOE en su historia.

Lo que ha sucedido en Andalucía debería servir para que los socialistas reflexionen y acometan una profunda regeneración que les lleve a recuperar sus principios y sus señas de identidad, en lugar de ponerlas en almoneda cada día para que Sánchez continúe un minuto más en la Moncloa. El fin del asfixiante régimen del PSOE en Andalucía después de 40 años era necesario en todo caso por pura higiene democrática. Lo lógico ahora es que el PP y Ciudadanos formen un Gobierno de coalición que abra las ventanas y haga las mínimas concesiones al populismo de derecha de Vox. Y que Sánchez convoque de una vez las elecciones para que los ciudadanos le digan si comparten o no su idea de gobernar España aliado con todos sus enemigos.