«Bienvenido, majestad»

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

01 dic 2018 . Actualizado a las 09:39 h.

Imaginaos que el rey Juan Carlos I no fuese invitado a los actos del 40.º aniversario de la Constitución. Imaginaos, por tanto, que el rey Juan Carlos no asistiese porque alguien se había olvidado de él o hubiera rechazado su presencia. Sería una humillación para quien es el auténtico padre de la Carta Magna. Pero sería algo mucho peor: sería un bochorno para este país que, a diferencia de otras naciones, no solo no reconoce, sino que repudia a los grandes hombres de su historia. Parecería que, a la hora de pronunciar su nombre, solo cuentan sus errores y se olvida lo mejor de su reinado, que ha sido precisamente la Constitución. Por eso la noticia de que estará el día 6 en el Congreso es, cuando menos, un alivio. No se repite el gigantesco error de haberlo marginado en el aniversario de las primeras elecciones democráticas y del que, por cierto, nadie se hizo responsable. El rey quería asistir. Estaba dispuesto incluso a sentarse en el Palco Real, que muy poca gente sabe que existe, pero está situado en el centro de la tribuna de invitados, donde el reloj del hemiciclo. Don Juan Carlos I hizo saber su malestar a todo el que le pudo oír. Y efectivamente, no había derecho a excluir a quien era jefe del Estado pero, sobre todo, como entonces se le llamó, el motor del cambio gracias al cual pudimos votar por primera en libertad y sin exclusión de ningún partido político. Esperemos que los grupos parlamentarios que más cuestionan su figura y su obra lo traten con la dignidad que merece. Pero creo que a este país le importa, sobre todo, la dignidad del momento y de su presencia y de la reina doña Sofía en el hemiciclo. Si hay que cultivar la memoria histórica, debe cultivarse para todo el mundo, para todos los bandos y para quien hizo posible justamente que se consolidara la democracia sin que hubiera un bando vencedor y otro vencido. En el reinado de Juan Carlos I y bajo su tutela, se hizo el mayor ejercicio de diálogo y consenso de la historia contemporánea de España y el pacto histórico de mayor duración. Porque eso es la Constitución de 1978: un pacto histórico de todas las fuerzas políticas, aunque ahora algunos digan que se trató de un apaño de amiguetes. Para llegar a la categoría política de esos amiguetes hace falta mucha demostración de sentido de Estado, de altura de miras, de generosidad, de comprensión del adversario, de aceptación de las ideas ajenas y de respeto al discrepante. Eso es lo que ahora falta y es lo que derrochó don Juan Carlos I, el hombre que pudo reinar y sigue siendo «nuestro Rey», como le llamaban y creo que le llaman todavía en la América hispana. Por eso, al verle nuevamente en las Cortes, le digo: «Bienvenido, majestad».