Sánchez: Y después de Franco, ¿qué?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

28 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El último montaje electoral de Sánchez ha hecho época. Su fingido patriotismo a cuenta del Peñón finalizó como era de esperar: en un fiasco formidable, culminado con el pasmoso ridículo de intentar vender una patada en el trasero como el éxito rutilante de un Gobierno al que, en realidad, ya casi nadie le hace caso.

La legítima pregunta que, visto el grotesco episodio de este fin de semana, se plantean millones de españoles podría resumirse recordando el interrogante con el que, en 1965, Carrillo tituló, al publicarlo como libro, su informe al VII Congreso del PCE: «Después de Franco, ¿qué?».

Porque, en efecto, tras el anuncio con que el nuevo Ejecutivo socialista (el llamado Gobierno bonito, ¿lo recuerdan?) se presentó, por así decirlo, en sociedad -el traslado de los restos de Franco del Valle de los Caídos a otro emplazamiento-, su gestión ha sido lo más parecido a la nada recubierta del vacío. Sánchez conspiró para llegar a la Moncloa incluso con los partidos golpistas porque, según él, devolver al país la estabilidad y la respetabilidad que había perdido por culpa del PP constituía una necesidad nacional inaplazable.

Menos de medio año después ya pocos dudan de que tal justificación de la censura era solo el modo oportunista con que un hombre sin ideas, principios, ni proyecto encubría su patológica ambición. De Sánchez podrían decir sus adversarios, si tuvieran la cuarta parte de la brillante mala uva que adornaba a Winston Churchill en lugar de la falta de imaginación que ha culminado en la grosería rufianista, lo que el gran político británico comentaba de su adversario, el laborista Clement Attlee: «Llegó un taxi vacío al número 10 de Downing Street, se abrió la puerta y bajó Attlee». Aquí lo mismo: llegó un coche vacío a la Moncloa y de él se bajó Sánchez.

Porque, en resumidas cuentas, después del anuncio sobre los restos de Franco (que siguen, por cierto, donde estaban), ¿cuál es el balance del Gobierno?: pues un descalabro estrepitoso en su política de apaciguamiento en Cataluña, un Consejo en el que se sientan varios miembros implicados en asuntos de muy dudosa ética, la ministra más reprobada de nuestra democracia, unos Presupuestos prorrogados y otros que lo serán casi seguro, una desconfianza generalizada en el populismo económico gubernamental, una bufa actuación en relación con Gibraltar, una intervención escandalosa en RTVE y una soledad parlamentaria que no ha hecho otra cosa que crecer. Y todo ello en medio de un mar de contradicciones y continuos desmentidos.

Si la impudicia de Sánchez no fuera, como es, mayor aun que su ambición, hace semanas que habría reconocido su fracaso y habría hecho lo único que cabe en la situación crítica en que ha puesto a su país: convocar elecciones. El que se resista a hacerlo como gato panza arriba da una idea cabal de quién ocupa hoy la presidencia del Gobierno.